Viña del Mar, 6 de marzo de 1981
Querido Jaime:
Te escribo para contarte algo de la tragedia que hemos tenido aquí con la muerte de Tuto. Ese día, el lunes 2 de marzo, supimos aquí en el Cerro, la noticia como a las nueve de la noche. Y, como sucede siempre con las cosas graves, se me hizo presente, casi palpable, ese tiempo primero de aquí que nos ha unido a todos definitivamente, Por eso, llamé casi inmediata mente a Enrique Montero a Santiago, para pedirle que te pusiera un cable, ya que yo no tenía tu dirección.
Las cosas sucedieron más o menos así; No se si tú sabes que desde hacía varios años, Tuto y su familia arrendaban casa en Pucón durante el mes de febrero, que últimamente se ha transformado en una especie de Viña del Mar de paseo, pesca y baño en el lago. Este año, durante el mes de enero, habíamos tenido una entrega muy intensa para un estudio de Quillota que hicimos Tuto y yo, de modo que el 30 de enero, Tuto partió al sur, poco menos que dejando el lápiz en la mesa, y con el ánimo de un descanso total. Así es que, por lo menos yo, no tuve más comunicación con él. Lo único que sabíamos es que debía volver el lunes 2 de marzo, fecha en que más o menos pensábamos reanudar las actividades de la Escuela y completar, con una exposición pública, el trabajo de Quillota. Pero, como era habitual en Tuto, ese día se dio una pequeña yapa, y en la mañana estuvo bogando, y en la playa. Como era el término de las vacaciones, se vinieron a Santiago la Paula –la hija mayor– y Eugenio García, su marido. Y las dos hijas menores, la Francisca y la Sarita, salieron también de paseo a Temuco, para volver a Pucón a las 8 de la noche, y se encontraron con lo que había sucedido. De modo que esa tarde quedaron en Pucón solo la Coca y Tuto, junto a un matrimonio muy amigo de ellos, el de Juan Fernández, que los acompañó en la tarde a la playa. Los demás hijos: Arturo estaba en Valdivia donde desempeña un cargo de Fiscal; Gerardo estaba en Viña, donde trabaja en una empresa constructora y la Josefina estaba en Santiago.
Como a las 5 de la tarde, Tuto sintió un pequeño dolor en el pecho, sin ninguno de los síntomas habituales de un ataque al corazón. La Coca le preguntó si no quería ir a la Asistencia Pública para que le dieran algo, pero Tuto lo rechazó por exagerado. Entonces, Fernández, poco menos que en broma, le dijo que lo que le hacía falta era un trago. Y fue a la casa, que está a unos 30 metros del borde de la playa, y le trajo un vaso de whisky. El Tuto se sintió mejor, tomó un poco y se sentó en una silla de playa al borde, La señora de Fernández, por gentileza, le colocó una toalla en la cabeza y Tuto se puso encima un sombrero de playa. Ahí sobrevino el ataque, que los demás solo sospecharon porque el sombrero se le corrió hacia la cara. Fue algo parecido a que se quedara dormido. Rápidamente lo trasladaron en la silla hasta el auto, haciéndole entretanto respiración boca a boca. Pero, por lo que nos explicó Fernández, ya estaba muerto en ese trayecto hasta el auto, y según él, el ataque fue fulminante. Por lo tanto, en el hospital, aunque hicieron todo lo que había que hacer en estos casos, todo era inútil. No sé porqué me intereso en transmitirte tan minuciosos detalles; será porque nosotros mismos queríamos saberlos; o talvez, porque a través de ellos se trasluce una bella muerte, repentina, un instante sin sufrimiento, frente al lago, en un momento de descanso y sin preocupaciones, impensable por él mismo y por todos nosotros. Y si se trata de estar preparado para la llegada del ladrón, creo que nadie más que él lo estaba, cotidianamente y a lo largo de su vida. Se me salen las lágrimas en pensar eso, que yo pude constatar viviendo tan próximo a él. Y todos nosotros.
Lo que siguió, pues, fue una confusión enorme para todos nosotros en Viña y para la familia de Santiago. Fernández llamó desde Pucón a Santiago a un hermano de Tuto, Eduardo, y en la precipitación dio solo noticias vagas: que lo trasladarían a Viña al día siguiente, martes. No había teléfono a Pucón, y no sabíamos si tales noticias eran provisorias, o si la Coca había decidido sepultarlo en Ritoque.
Así, entonces, al día siguiente, el párroco del cerro castillo le dijo una misa a la que asistimos todos, mas esa especie de maffia de vecinos y amigos del cerro: Caimi, por ejemplo, que abandonó su negocio y abrazaba a todos diciendo “ayudándolo a sentir”. Ciudad Abierta, Universidad y todo, el círculo de amigos del Cerro Castillo son esa pequeña parte abierta que queda, supera y sobra, más allá de todo lo abierto que uno quiera ser. Entonces, después que nos fuimos a la Escuela, porque había una reunión citada. Por esas cosas que suceden, en la confusión, nadie había llegado hasta Ritoque para comunicar la noticia. Así es que, uno a uno, fueron llegando los más jóvenes que viven allá, a la sala de profesores. Y a cada uno que entraba, mientras el resto sentado miraba, alguno tenía que comunicarle la noticia. Y aunque parezca despiadado –como son muchos los que llegan uno a uno– al cabo de un rato, y superando la conciencia y la tragedia, se fue formando un aire cómico marcado por la reacción de cada uno. Yo no sabía como detener el sacrilegio de la situación, puesto que la puerta se abría y los primeros gestos y pasos del que recién entraba se transformaban en un auténtico escenario que todos observaban. Pero después vino un silencio largo y desorientado. Todos sentados uno frente a otros, dejando circular los recuerdos y tratando de ubicar la realidad en la mente, sin lograr asentarse. Pienso ahora que las cosas que se dicen en esas circunstancias no pueden ser más distantes de lo que en verdad sucede. Y esa imposibilidad, esa importancia, vuela como un ángel sobre las cabezas de todos. Y creo que a nadie se le escapaba que estábamos diciendo cosas inútiles, de modo que algunos optaron por callar y reservar sus emociones al desconcierto total. Así estuvimos mucho rato, resistiéndonos entre unos y otros, hasta que comenzamos a llamar a Santiago para saber datos más concretos. Así supimos por fin que venían en avión, y algunos se fueron a Ritoque a preparar una tumba provisoria en nuestro cementerio, y con Fabio, Alberto, Claudio, Pancho y las mujeres, nos fuimos a Rodelillo como a las cuatro y media de la tarde a esperar la llegada. Allí llegaron también dos de las hijas de Tuto, con sus maridos, un hermano que es sacerdote Opus Dei y varios amigos de Tuto.
Acompañando al ataúd venía la Coca y Arturo, el hijo mayor , con su mujer. Esperamos hasta las seis de la tarde. Y ese momento sí fue muy dramático, no solo porque era el primer encuentro, sino por el día nublado, la soledad de la cancha y el silencio. Fueron lágrimas y abrazos en absoluto silencio. La Coca, mujer fuerte, se mantuvo perfectamente íntegra en todo momento. Pero todos estábamos como un vidrio que al menor toque se quiebra. Esa tarde, se dijo una misa de cuerpo presente en la parroquia del Cerro, y luego algunos acompañamos a la Coca a la casa. Ahí se supieron todos los detalles que te he contado. A Godo no le quisimos dar la noticia en la noche anterior, y solo la recibió en la mañana a través de Claudio. Fue a Santiago y volvió a la misa de la tarde. Solo en ese momento se pudieron poner los avisos en los diarios y precisar las ceremonias del día siguiente. En la mañana del miércoles de Cenizas, a las once y media se dijo la misa de difuntos. La iglesia se llenó y también la calle a todo lo ancho, frente a la puerta. La mamá de Tuto, Tito Dittborn y la Carmen y toda la familia de los Baeza llegaron esa mañana. Las personas más impensables, de la Universidad, de los alumnos, estaban presentes. Mozos y secretarias habían llegado en una micro de la Universidad. Arquitectos de Santiago, ex-alumnos, y gente de la Católica de Santiago también. Tú sabes como era Tuto de amistoso. La misa fue celebrada por un sacerdote de la Universidad, Beltrán Villegas, que se vino de Santiago al ver la noticia en el diario, el hermano de Tuto y un sacerdote alemán, amigo de Alfonso Baeza, que no había podido venir porque recientemente había tenido un infarto. Presidió la misa el hermano de Tuto, y habló sobre “la fidelidad”. En un momento dado, como una de las facetas de la fidelidad, incluyó la postura arquitectónica, Tuto, el Instituto, los ataques, la incomprensión, “los locos del Cerro Castillo” (que ha pasado a ser una especie de rótulo público oficial). Todo esto fue bueno, por la trascendencia pública del momento en que fue dicho, y la circunstancia de la muerte. Después nos fuimos en caravana a Ritoque y subimos hasta el cementerio, Pienso ahora, pareciera que la muerte de Tuto hubiese estado unida, o talvez nosotros, a esos paisajes espectaculares y descampados, fuera de la ciudad, fuera de la formalidad convencional. Porque el momento de la muerte en frente del lago; después, la llegada del avión a la cancha de Rodelillo, que es un plano en la cumbre, en que se contempla todo Valparaíso, y después este cementerio, frente al gran océano, se unen en un solo trayecto, en que el paso por la pequeña iglesia del Cerro Castillo –casi privada– es una excepción. No puedo decirte el esplendor de ese día, fresco, brillante, majestuoso, con cien o doscientas personas dispersas, avanzando sobre el pasto y juntándose luego, unos en los bordes, otros abajo, en a concavidad de la quebrada. Hace algunos años, poco después de la mamá de la Jacqueline –mujer de Ignacio Balcells– su abuela, bastante vieja y con cierto dinero, quiso que se hiciera en Ritoque una tumba para su familia, lo cual se hizo tras largas elucubraciones. Es una tumba de varios nichos, de los cuales solo están ocupados uno o dos. Resulta que esa tumba, por ser la única grande del cementerio, se ha transformado en una verdadera “hospedería de los muertos”, tal como si el mismo modo de vida de los vivos, se prolongara al modo de muerte de los muertos. Ya en varias oportunidades se sepultan provisoriamente ahí los que al cabo de un año son trasladados a su sepultura definitiva. Y así se ha hecho con Tuto, aunque en este caso la tumba definitiva traerá como consecuencia abrir una tercera sección del cementerio destinada a los miembros de la Ciudad Abierta. Las dos existentes son, una para los parientes y otra para los huéspedes. Durante la sepultación habló brevemente Godo acerca de la unidad nuestra, en una trilogía de trabajo, estudio y amistad.
Bueno, así fue todo. La Coca, afortunadamente, ha sido siempre muy fuerte y muy realista. Más tarde, conversando con ella, en principio no quiere irse a Santiago, donde está la mayoría de sus hijas casadas. Quiere quedarse aquí, pero cambiarse de casa. Ella quisiera vivir en una casa que se está construyendo Gerardo en Concón, agregándole un pequeño departamento para ella y la hija menor, la Sarita. La otra hija soltera, la Francisca, está comprometida y se casaría en diciembre de este año. Al parecer, el problema económico no será difícil, especialmente porque la familia ya se ha reducido prácticamente a dos personas. La Universidad da un fondo de viudez que dura dos años, y hay además el arriendo de un departamento en Santiago. En todo caso, esto es lo que en este momento estamos viendo con Fabio y yo, y con Arturo, que es abogado.
Bueno, Jaime, perdona esta monstruosa carta, Talvez un haya pensado en ti al escribirla, u no sea más que un desahogo. Me sucede aún que permanentemente estoy recorriendo mentalmente, paso a paso, lo sucedido, y los recuerdos, como si la cabeza necesitara repasar una y otra vez los hechos para tomar conciencia de una realidad que aún parece increíble. En la Escuela, durante el día, a cada rato que equivoco creyendo que Tuto viene unos pasos atrás o que estará en otra sala. Mientras los hábitos no se cambien, esa debe ser la auténtica presencia de los fantasmas. Tu telegrama le legó a la familia, y nadie podía entender como te habías enterado tan rápidamente. Talvez no saben todavía que vivimos juntos.
Un abrazo para ti, para la gringa, para todos,
Pepe Vial
Querido Jaime:
Te escribo para contarte algo de la tragedia que hemos tenido aquí con la muerte de Tuto. Ese día, el lunes 2 de marzo, supimos aquí en el Cerro, la noticia como a las nueve de la noche. Y, como sucede siempre con las cosas graves, se me hizo presente, casi palpable, ese tiempo primero de aquí que nos ha unido a todos definitivamente, Por eso, llamé casi inmediata mente a Enrique Montero a Santiago, para pedirle que te pusiera un cable, ya que yo no tenía tu dirección.
Las cosas sucedieron más o menos así; No se si tú sabes que desde hacía varios años, Tuto y su familia arrendaban casa en Pucón durante el mes de febrero, que últimamente se ha transformado en una especie de Viña del Mar de paseo, pesca y baño en el lago. Este año, durante el mes de enero, habíamos tenido una entrega muy intensa para un estudio de Quillota que hicimos Tuto y yo, de modo que el 30 de enero, Tuto partió al sur, poco menos que dejando el lápiz en la mesa, y con el ánimo de un descanso total. Así es que, por lo menos yo, no tuve más comunicación con él. Lo único que sabíamos es que debía volver el lunes 2 de marzo, fecha en que más o menos pensábamos reanudar las actividades de la Escuela y completar, con una exposición pública, el trabajo de Quillota. Pero, como era habitual en Tuto, ese día se dio una pequeña yapa, y en la mañana estuvo bogando, y en la playa. Como era el término de las vacaciones, se vinieron a Santiago la Paula –la hija mayor– y Eugenio García, su marido. Y las dos hijas menores, la Francisca y la Sarita, salieron también de paseo a Temuco, para volver a Pucón a las 8 de la noche, y se encontraron con lo que había sucedido. De modo que esa tarde quedaron en Pucón solo la Coca y Tuto, junto a un matrimonio muy amigo de ellos, el de Juan Fernández, que los acompañó en la tarde a la playa. Los demás hijos: Arturo estaba en Valdivia donde desempeña un cargo de Fiscal; Gerardo estaba en Viña, donde trabaja en una empresa constructora y la Josefina estaba en Santiago.
Como a las 5 de la tarde, Tuto sintió un pequeño dolor en el pecho, sin ninguno de los síntomas habituales de un ataque al corazón. La Coca le preguntó si no quería ir a la Asistencia Pública para que le dieran algo, pero Tuto lo rechazó por exagerado. Entonces, Fernández, poco menos que en broma, le dijo que lo que le hacía falta era un trago. Y fue a la casa, que está a unos 30 metros del borde de la playa, y le trajo un vaso de whisky. El Tuto se sintió mejor, tomó un poco y se sentó en una silla de playa al borde, La señora de Fernández, por gentileza, le colocó una toalla en la cabeza y Tuto se puso encima un sombrero de playa. Ahí sobrevino el ataque, que los demás solo sospecharon porque el sombrero se le corrió hacia la cara. Fue algo parecido a que se quedara dormido. Rápidamente lo trasladaron en la silla hasta el auto, haciéndole entretanto respiración boca a boca. Pero, por lo que nos explicó Fernández, ya estaba muerto en ese trayecto hasta el auto, y según él, el ataque fue fulminante. Por lo tanto, en el hospital, aunque hicieron todo lo que había que hacer en estos casos, todo era inútil. No sé porqué me intereso en transmitirte tan minuciosos detalles; será porque nosotros mismos queríamos saberlos; o talvez, porque a través de ellos se trasluce una bella muerte, repentina, un instante sin sufrimiento, frente al lago, en un momento de descanso y sin preocupaciones, impensable por él mismo y por todos nosotros. Y si se trata de estar preparado para la llegada del ladrón, creo que nadie más que él lo estaba, cotidianamente y a lo largo de su vida. Se me salen las lágrimas en pensar eso, que yo pude constatar viviendo tan próximo a él. Y todos nosotros.
Lo que siguió, pues, fue una confusión enorme para todos nosotros en Viña y para la familia de Santiago. Fernández llamó desde Pucón a Santiago a un hermano de Tuto, Eduardo, y en la precipitación dio solo noticias vagas: que lo trasladarían a Viña al día siguiente, martes. No había teléfono a Pucón, y no sabíamos si tales noticias eran provisorias, o si la Coca había decidido sepultarlo en Ritoque.
Así, entonces, al día siguiente, el párroco del cerro castillo le dijo una misa a la que asistimos todos, mas esa especie de maffia de vecinos y amigos del cerro: Caimi, por ejemplo, que abandonó su negocio y abrazaba a todos diciendo “ayudándolo a sentir”. Ciudad Abierta, Universidad y todo, el círculo de amigos del Cerro Castillo son esa pequeña parte abierta que queda, supera y sobra, más allá de todo lo abierto que uno quiera ser. Entonces, después que nos fuimos a la Escuela, porque había una reunión citada. Por esas cosas que suceden, en la confusión, nadie había llegado hasta Ritoque para comunicar la noticia. Así es que, uno a uno, fueron llegando los más jóvenes que viven allá, a la sala de profesores. Y a cada uno que entraba, mientras el resto sentado miraba, alguno tenía que comunicarle la noticia. Y aunque parezca despiadado –como son muchos los que llegan uno a uno– al cabo de un rato, y superando la conciencia y la tragedia, se fue formando un aire cómico marcado por la reacción de cada uno. Yo no sabía como detener el sacrilegio de la situación, puesto que la puerta se abría y los primeros gestos y pasos del que recién entraba se transformaban en un auténtico escenario que todos observaban. Pero después vino un silencio largo y desorientado. Todos sentados uno frente a otros, dejando circular los recuerdos y tratando de ubicar la realidad en la mente, sin lograr asentarse. Pienso ahora que las cosas que se dicen en esas circunstancias no pueden ser más distantes de lo que en verdad sucede. Y esa imposibilidad, esa importancia, vuela como un ángel sobre las cabezas de todos. Y creo que a nadie se le escapaba que estábamos diciendo cosas inútiles, de modo que algunos optaron por callar y reservar sus emociones al desconcierto total. Así estuvimos mucho rato, resistiéndonos entre unos y otros, hasta que comenzamos a llamar a Santiago para saber datos más concretos. Así supimos por fin que venían en avión, y algunos se fueron a Ritoque a preparar una tumba provisoria en nuestro cementerio, y con Fabio, Alberto, Claudio, Pancho y las mujeres, nos fuimos a Rodelillo como a las cuatro y media de la tarde a esperar la llegada. Allí llegaron también dos de las hijas de Tuto, con sus maridos, un hermano que es sacerdote Opus Dei y varios amigos de Tuto.
Acompañando al ataúd venía la Coca y Arturo, el hijo mayor , con su mujer. Esperamos hasta las seis de la tarde. Y ese momento sí fue muy dramático, no solo porque era el primer encuentro, sino por el día nublado, la soledad de la cancha y el silencio. Fueron lágrimas y abrazos en absoluto silencio. La Coca, mujer fuerte, se mantuvo perfectamente íntegra en todo momento. Pero todos estábamos como un vidrio que al menor toque se quiebra. Esa tarde, se dijo una misa de cuerpo presente en la parroquia del Cerro, y luego algunos acompañamos a la Coca a la casa. Ahí se supieron todos los detalles que te he contado. A Godo no le quisimos dar la noticia en la noche anterior, y solo la recibió en la mañana a través de Claudio. Fue a Santiago y volvió a la misa de la tarde. Solo en ese momento se pudieron poner los avisos en los diarios y precisar las ceremonias del día siguiente. En la mañana del miércoles de Cenizas, a las once y media se dijo la misa de difuntos. La iglesia se llenó y también la calle a todo lo ancho, frente a la puerta. La mamá de Tuto, Tito Dittborn y la Carmen y toda la familia de los Baeza llegaron esa mañana. Las personas más impensables, de la Universidad, de los alumnos, estaban presentes. Mozos y secretarias habían llegado en una micro de la Universidad. Arquitectos de Santiago, ex-alumnos, y gente de la Católica de Santiago también. Tú sabes como era Tuto de amistoso. La misa fue celebrada por un sacerdote de la Universidad, Beltrán Villegas, que se vino de Santiago al ver la noticia en el diario, el hermano de Tuto y un sacerdote alemán, amigo de Alfonso Baeza, que no había podido venir porque recientemente había tenido un infarto. Presidió la misa el hermano de Tuto, y habló sobre “la fidelidad”. En un momento dado, como una de las facetas de la fidelidad, incluyó la postura arquitectónica, Tuto, el Instituto, los ataques, la incomprensión, “los locos del Cerro Castillo” (que ha pasado a ser una especie de rótulo público oficial). Todo esto fue bueno, por la trascendencia pública del momento en que fue dicho, y la circunstancia de la muerte. Después nos fuimos en caravana a Ritoque y subimos hasta el cementerio, Pienso ahora, pareciera que la muerte de Tuto hubiese estado unida, o talvez nosotros, a esos paisajes espectaculares y descampados, fuera de la ciudad, fuera de la formalidad convencional. Porque el momento de la muerte en frente del lago; después, la llegada del avión a la cancha de Rodelillo, que es un plano en la cumbre, en que se contempla todo Valparaíso, y después este cementerio, frente al gran océano, se unen en un solo trayecto, en que el paso por la pequeña iglesia del Cerro Castillo –casi privada– es una excepción. No puedo decirte el esplendor de ese día, fresco, brillante, majestuoso, con cien o doscientas personas dispersas, avanzando sobre el pasto y juntándose luego, unos en los bordes, otros abajo, en a concavidad de la quebrada. Hace algunos años, poco después de la mamá de la Jacqueline –mujer de Ignacio Balcells– su abuela, bastante vieja y con cierto dinero, quiso que se hiciera en Ritoque una tumba para su familia, lo cual se hizo tras largas elucubraciones. Es una tumba de varios nichos, de los cuales solo están ocupados uno o dos. Resulta que esa tumba, por ser la única grande del cementerio, se ha transformado en una verdadera “hospedería de los muertos”, tal como si el mismo modo de vida de los vivos, se prolongara al modo de muerte de los muertos. Ya en varias oportunidades se sepultan provisoriamente ahí los que al cabo de un año son trasladados a su sepultura definitiva. Y así se ha hecho con Tuto, aunque en este caso la tumba definitiva traerá como consecuencia abrir una tercera sección del cementerio destinada a los miembros de la Ciudad Abierta. Las dos existentes son, una para los parientes y otra para los huéspedes. Durante la sepultación habló brevemente Godo acerca de la unidad nuestra, en una trilogía de trabajo, estudio y amistad.
Bueno, así fue todo. La Coca, afortunadamente, ha sido siempre muy fuerte y muy realista. Más tarde, conversando con ella, en principio no quiere irse a Santiago, donde está la mayoría de sus hijas casadas. Quiere quedarse aquí, pero cambiarse de casa. Ella quisiera vivir en una casa que se está construyendo Gerardo en Concón, agregándole un pequeño departamento para ella y la hija menor, la Sarita. La otra hija soltera, la Francisca, está comprometida y se casaría en diciembre de este año. Al parecer, el problema económico no será difícil, especialmente porque la familia ya se ha reducido prácticamente a dos personas. La Universidad da un fondo de viudez que dura dos años, y hay además el arriendo de un departamento en Santiago. En todo caso, esto es lo que en este momento estamos viendo con Fabio y yo, y con Arturo, que es abogado.
Bueno, Jaime, perdona esta monstruosa carta, Talvez un haya pensado en ti al escribirla, u no sea más que un desahogo. Me sucede aún que permanentemente estoy recorriendo mentalmente, paso a paso, lo sucedido, y los recuerdos, como si la cabeza necesitara repasar una y otra vez los hechos para tomar conciencia de una realidad que aún parece increíble. En la Escuela, durante el día, a cada rato que equivoco creyendo que Tuto viene unos pasos atrás o que estará en otra sala. Mientras los hábitos no se cambien, esa debe ser la auténtica presencia de los fantasmas. Tu telegrama le legó a la familia, y nadie podía entender como te habías enterado tan rápidamente. Talvez no saben todavía que vivimos juntos.
Un abrazo para ti, para la gringa, para todos,
Pepe Vial