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Se sale aproximadamente a las 9 de la noche desde el Igloo, Ana Paz no ha llegado Ossandón tampoco. Balcells guiará el acto que está destinado a fijar la orientación de la capilla y su ubicación precisa.
Yo participaré en el acto en todo lo que no implique una decisión di recta de orientación. Para mi, el acto no es uno sola. Es de varios. Y este es uno.
Ellos han preparado todo bajo la dirección de Balcells.
Nos dividimos en dos grupos al salir.
Chadwick y Sánchez van en auto hasta el pie del borde de la meseta
con materiales.
Balcells, Prieto, Varela y yo vamos a pie desde el igloo.
Hay nublado cerrado pero iluminado desde encima de las nubes. Tal vez hay luna y se produce una luz nocturna difusa que permite ver lo lejano, pero obscurece lo cercano. Várela lleva una linterna. Hay una temperatura suave y sin viento.
Nosotros cargamos más tablas de 4 m. de largo con una antorcha en la punta, que se encenderán durante el acto arriba.
Vamos avanzando en silencio en
Me extraña que el acto no comience en el momento mismo de salir. Al tomar las tablas y ponernos a andar, para mí, la ruptura con lo doméstico se ha producido. Debiera haber otro estado. De hecho, eso se produce – al menos para mí – porque las tablas, como en Santa Clara, de cierta manera nos revisten, Vamos avanzando en silencio en esa penumbra nocturna. Es la noche total. No hay estrellas: eso quiere decir para la iglesia, que la forma se afirmará sobre sí misma y en algo de la noche, que descarta las referencias astronómicas, como todos pensamos alguna ves.
Ascendemos, después de llegar al pie del cerro, por el borde que servirá de lugar al proyecto de acceso de Antequera. La quebrada lateral se ve más profunda en la noche, se ve ancha y profunda. Tal vez el día disimula con sus accidentes y objetos, la verdadera dimensión, la de los números. Pero a lo mejor, un edificio ahí, donde levantará Chadwick su hospedería, haya de todo eso nuevamente algo pequeño y próximo. Tal vez un suburbio: cuando todo esté edificado, la noche le dará aire de suburbio a los alrededores. Más bien que suburbio, un alrededor. Ahora no hay alrededor. Estamos ahora en medio de la naturaleza transformada por la obscuridad y simplemente atravesamos. Cuando llegamos arriba, Prieto se ha adelantado. Alguien llama desde el auto, que se ha detenido abajo en otro punto. Me chocan las voces. ¿Por qué? Tal vez porque rompen un rito de descubrimiento y nos colocan en cambio en la simple situación de cubrir un tramo de camino. Lucho por permanecer ajeno a eso y sigo. Prieto vuelve y baja a ayudar. Sigue conmigo Balcells, que va adelante. Entramos al bosque. Es el equivalente a una sombra nocturna. Pero hay una visión perfecta, una luz delicadísima y los pasos no resuenan. El piso está acolchado tal vez por hojas de pinos. El ágora se reconoce, pero parece perderse su término. Pienso que aún no es un lugar. Es un pre-lugar. Hace falta evidente el gran panel blanco de Alberto.
Hay un momento en que ascendemos, por el borde del ágora. Yo voy en una procesión ritual en que somos dos. Ahí se hace presente la meseta, inmensa, negra. Tal vez el ojo se adapta a la luz tenue del cié lo, que textualmente no tiene límites, aunque se hace presente. Por eso, puede ser que el suelo se ponga negro. Nuevamente constato lo da la quebrada: la Inclinación de la meseta aparece nítida, evidente como un horizonte nuevo: pueden verse y comprenderse como si se sacaran cuentas, el 6% de pendiente (que no se si sea 6%). El cerco ha desaparecido: no se ve.

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La abstracción ha pasado al plano naturalista.
Llevo el libro de la Guerra Santa. Pienso en las ventanas en la noche. En el campo, se acostumbra a dejar encendida una pequeña lampara de aceite señalando que el Santísimo está en la iglesia. Y esa pequeña luz da una penumbra interior que se trasluce al exterior como movimientos luminosos por las ventanas cuando se pasa por el camino en la noche – en que los edificios son más negros que la tierra y los árboles. Se perfilarán en este caso esos cuadrados, pero tal vez no se comprendería la distancia. Si el asiento de la iglesia, quedaría probablemente patente por la geometría y la situación de cumbre inclinada de la meseta.
Las ventanas serán los cambios.
En la Guerra Santa dice:
cuando se va con línea ardiente de ventanas agotadas trabajando la noche con rítmicas traiciones.
Todo este último tramo del infierno de la Guerra Santa lo vi con insistencia en la meseta, mucho antes del encargo de la capilla. Después se olvidan las palabras, pero no la evocación de ese lugar. Después vino el encargo y la presentación de la capilla según el cantar de los Cantares; el desarrollo del proyecto y el problema arquitectonico que planteó Balcells, de donde surgió mi ofrecimiento – que él aceptó – de realizar este acto bajo su dirección. Se incorporó Pino y pasó Gerardo Mello por Viña, justo en el momento de hacer la presentación para Alemania, que significó una semana continua e intensa de repensar la capilla en todo lo que era la preparación y la noche. Entonces tomé la Guerra Santa, aunque no era rigurosamente la palabra dicha para esta iglesia, y poco a poco estos versos se hicieron definitivos para mí, creyendo ver en ellos la descripción casi textual de lo que estábamos haciendo.
Balcells dibujó un croquis y ubicó muy bien la iglesia. Con ese croquis trabajé mucho. Pero Balcells no había hundido la iglesia, y esa presencia apenas sobresaliente de las torres es fundamental para la situación de emerger hacia la superficie y donde está el secreto de la presencia del cielo nocturno.
Entonces pensé decir estos versos en el acto de Balcells, porque éste estaba destinado a fijar la orientación de la iglesia. Las palabras son las siguientes:
Cuando se va con línea ardiente de ventanas/agotadas trabajando la noche con rítmicas traiciones – ¿Indescifrable reniego? – a tal rima beneficia la bestia o un afuera real donde ya sin robos y cuya la luz de estrellas vagas rutilantes invisibles a pupilas para siempre abiertas – Mello Gerardo – boca arriba abandonado de todos los sueños.
Balcells se detuvo en un circulo que Prieto había elegido, y había despejado de hierba. Prieto dijo que había escogido este lugar porque era el limite entre el terreno del ágora y el terreno de la iglesia. En la Ciudad Abierta yo nunca he pesado que un edificio tenga terreno. En todo caso, me parece que él había pensado elegir un lugar donde nos reuniríamos, que quería ubicarse en un punto límite tal que no significará de suyo una elección, sirviendo de base en cambio, al acto. Sin embargo, desde mi punto de vista – como todos entra en el acto – este punto deberá considerarse como el hito tratado para la orientación. Encendieron el fuego con la madera que habían traído.
Leí entonces – cuando todos nos sentamos y Chadwick trajo una mesa -
cuatro veces los versos de la Guerra Santa.
A continuación, Balcells explicó lo que había pensado del acto.
a) Cómo inicialmente había considerado postergarlo porque no había» estrellas y cómo a raíz de una conversación conmigo, en cuanto a que “Holderlin no habría pensado lo mismo”, decidió hacerlo esa noche.

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b) Que el acto no era un acto poético a la manera como se habían hecho otros en la Ciudad Abierta.
c) Que oiríamos un poema grabado, de alguien que estaba citado en Amereida.
d) Que en relación a lo explicado por mí en la presentación de la capilla en cuanto al día y al paisaje (su figuración) y a la noche actual, él, para la orientación, había pensado de cierta manera re-crear el cielo, colocando unas estrellas, unas antorchas que se desplazaban según nuestros propios movimientos y que, a una voz mía, este desplazamiento se detendría fijando puntos.
A continuación, comimos. Yo guardé silencio porque no quería romper mi propio rito. El plato de aluminio era – a la luz del fuego – casi una joya, frugal y delicadísima. Había champaña: un anti-picnic.
El poema lo grabó – según me pareció la voz – Leo Emilfork y – a mí juicio – rompió una continuidad, no se si por efecto de oír una voz grabada de alguien no presente, o por la rima y el número aparentemente regular de las sílabas en la lectura.
Entonces, propuse una variante del acto, conforme a lo que había previamente hablado de mi participación, y a lo que había oído. Le di a cada uno una palabra de la Guerra Santa, con la cual cada uno elegiría su propia ubicación. A la ves pedí que lo hecho por Pino durante el día, también interviniera como motivación de una ubicación. Pedí que se dejara alguna marca, más o menos permanente, visible durante el día. Yo permanecí en el lugar de la fogata, que ya estaba en las brasas y restituyó de nuevo la presencia de la obscuridad.
Ellos encendieron las antorchas en el fondo del ágora, y uno a uno fueron apareciendo, pasando y alejándose. Los destellos iluminaban de golpe todo un espacio desde la altura de casi 5 metros. Después la persona desaparecía y quedaba el punto luminoso, totalmente vacilante en el vacío. Tal ves la imagen de una bahía en la noche, en donde los movimientos de las luces no dicen del movimiento del barco, ni de sus obstáculos ni de sus maniobras invisibles.
Se produjo un trazado en altura cuya geometría, creo yo, no va a ser reconocible por sus trazas en el suelo. Poco a poco los desplazamientos y búsquedas se hicieron más lentos,
hasta que se detuvieron.
Hubo una espera larga, ya detenidos.
No supe qué harían, para dar término.
Pero Balcells hizo le que me había encargado y preguntó desde lejos
si estaban todos listos.
Entonces marcaron. Bajaron las antorchas, y quemaron la hierba.
Al volver nos reunimos. Cerramos el circulo con las tablas de las
antorchas y le hice un encargo arquitectónico a cada uno.
Pino: la excavación.
Chadwick: el trazado o dibujo de la forma construida.
Balcells: la luz del interior.
Varela : la preparación y el espacio de la Semana Santa.
Prieto) : la escalera de acceso.
Cada uno cuida de su campo en todas sus proyecciones.
Después , bajamos al Igloo.