ACTO DE LANZAMIENTO DEL LIBRO
ESCUELA DE VALPARAISO - CIUDAD ABIERTA
Fabio Cruz P. – 5 de Septiembre, 2003
Tan solo voy a señalar algunos hechos y momentos de los inicios de este proceso que me toco vivir; quizás puedan aparecer menores y hasta anecdóticos, pero espero que cobren su verdadera dimensión por el hecho de estar insertados en una tarea ininterrumpida que llega hasta hoy, parte de Ia cual está reflejada en el libro que hoy se lanza.
Todo parte en Santiago por el ano 1950. En este tiempo se produce en Ia Escuela de Arquitectura de Ia Universidad Católica, un movimiento (por llamarlo de alguna manera!), que pone en discusión Ia gran dicotomía que se producía en Ia enseñanza del Taller: en los dos primeros años se enseñaba arquitectura “clásica” y a partir de Tercer Año, Arquitectura “Moderna”.
A raíz de este movimiento de los alumnos, Ias clases se suspenden por algunos días, creo que hasta semanas -cosa inusitada en ese tiempo, más aún en Ia Universidad Católica de Chile; – en tanto se disputaba vehementemente el tema con Ia dirección y algunos profesores.
El movimiento se origino en los cursos superiores. José Vial y Arturo Baeza, tuvieron una participación muy activa en Ia dirección del movimiento; el que, por su propia dinámica trascendió rápidamente los limites internos de Ia Escuela al involucrarse Ias autoridades de Ia Facultad y posteriormente de Ia Universidad (que era “Pontificia”).
En medio de estas circunstancias, en Ias vicisitudes propias de este género de acciones, se conversada y se entablaban relaciones con otras personas vinculadas de alguna manera al quehacer universitario. En ese momento, y a través de un alumno de Ia Escuela – algo mayor, porque antes había estudiado literatura -nos encontramos con Godo. Su participación ayudó -decisivamente a situar los limites y características del conflicto de Ia Escuela, el que concluyó finalmente con el cambio del plan de estudio de los primeros anos.
En este tiempo, 1951, Alberto Cruz trabajaba profesionalmente con Pancho Méndez y simultáneamente realizaba un Taller en Segundo año. Ahora bien, en este Taller se planteó, por primera vez, el ”Salir a observar” directamente Ia vida de Ia ciudad por medio del croquis y Ia anotación. Y Ias proposiciones arquitectónicas que se hacían debían surgir de dicha observación.
José Vial, Arturo Baeza y yo, asistíamos a menudo a ese Taller en calidad de amigos de Alberto).
Ese mismo año 1951, y como rebote y consecuencia de Ias inquietudes y horizontes abiertos en el movimiento de Ia Escuela que ya señalé – fuimos constituyendo un grupo formado por Alberto, Godo, Pancho Méndez, Jaime Bellalta (que ese mismo año, partió a Harvard), Miguel Eyquem, Pepe Vial, Tuto Baeza y yo.
Nos reuníamos casi diariamente en Ias tardes en Ia ‘Oficina – Taller’ que Pancho Méndez tenía en el 10° piso de un edificio situado en Ia calle Ahumada. La presencia de Godo fue fundamental. Godo era argentino de padres italianos, quien luego de estudiar dos años de Economía en Ia Universidad de Buenos Aires, se había entregado definitivamente a Ia Poesía. En verdad Godo tenía otra raíz cultural, otra visión de Ia realidad, Otra concepción de América (hijo de emigrantes), otra dimensión de Ia condición humana.
Llevábamos un año en este género de vida, cuando un día, a fines de Enero de 1952, yendo por Ia calle Moneda, un alumno de Arquitectura de Ia U.C.V. -Enrique Concha – se acerca a nosotros y le dice a Alberto que el nuevo rector de Ia Universidad, el Padre Jorge González, Jesuita, estaba interesado en que se incorporara a Ia Escuela de Arquitectura de esa Universidad.
Ese mismo día en Ia tarde, en el Taller de Pancho Méndez, nos reunimos todos y decidimos algo disparatado:
Alberto hablaría con el Padre González y le diría que sí a su ofrecimiento, pero… que no era él solo, sino que éramos 8!
Se realizo Io acordado y pasado algunos días, el P. González respondió afirmativamente, pero indicando, además, que había que partir inmediatamente en Marzo. Cabe señalar, que el año anterior había sido nombrado Decano de Ia Facultad de Arquitectura y Urbanismo el arquitecto Manuel Marchant, y como profesor de taller de Ia Escuela a Carlos Bresciani, con quien el padre González tenía una antigua amistad.
Carlos Bresciani sucedió al año siguiente a M. Marchant como decano, cargo que desempeñó por cerca de 14 años, apoyándonos decididamente. Al configurar con mayor precisión la nueva vida académica que íbamos a emprender, Godo señaló que
no bastaba que nos integráramos como profesores y ayudantes de la Escuela.
Era necesario, simultáneamente, crear un ámbito de estudio más amplio, más abierto, que la mera actividad docente; un lugar al que pudieran concurrir otras personas, otros artistas, otras disciplinas. Se pide entonces al P. González fundar un centro no
dependiente de la Facultad sino de la Rectoría, y naturalmente, disponer de algunos medios para materializarlo. El Rector aceptó, y así se fundó el Instituto de Arquitectura, primer instituto de la U.C.V.
En Marzo de 1952, iniciamos nuestro traslado a Valparaíso, cerrando los compromisos de distinta índole que cada cual tenía en Santiago.
Inicialmente algunos se fueron a una pensión, otros viajábamos por el día. En el mes de Mayo, todos -excepto Jaime Bellalta que aún no volvía de EE.UU – ya estábamos instalados en Viña: arrendamos 4 casas de un conjunto que se estaba terminando de construir en el Cerro Castillo. Dos casas para los casados (Godo y la Ximena y cuatro niños; yo, mi mujer y una guagua) y dos casas para “los solteros” y para Taller – Instituto, en donde, de inmediato, formamos una buena biblioteca con todos nuestros libros personales.
Conviene anotar que ese año 1952 los dos mayores de nosotros tenían 35 años, los intermedios 30, y los menores 25 años.
Al cabo de dos años Jaime Bellalta con su mujer Esmee Cromie, inglesa, paisajista, y dos hijos parte a vivir a Inglaterra.
Algo después se incorpora desde Argentina, Claudio Girola, escultor, hijo de orfebre italiano, quien permanece con nosotros hasta su muerte. La presencia de Claudio nos permitió conocer directamente y convivir con el mundo maravilloso e inefable del espacio puro.
En el curso de estos primeros años los solteros se fueron casando y los hijos aumentando. Todos seguíamos viviendo en el mismo conjunto de casas (llegamos a arrendar 7). Seguíamos yendo a la Escuela de Arquitectura en las mañanas y en las tardes a la Sede del Instituto de Arquitectura. Recibíamos muchas visitas de toda índole y de diferentes lugares.
Logramos así constituir una plena unidad de “vida, trabajo v estudio”, sin dicotomías, en que se sustentaba nuestra acción artística y académica.
Aunque resulte tal vez demasiado íntimo, creo que es del caso en este escueto recuento, mencionar la paciencia y abnegación de nuestras esposas, que hicieron posible este género de vida, no exento de dificultades.
Entretanto en este periodo inicial iban surgiendo los primeros discípulos, principalmente de entre aquellos alumnos que llegaron de Santiago y que habían participado en el Taller que Alberto hizo antes allá, que ya mencioné.
En lo fundamental, lo que nosotros trasmitíamos y enseñábamos era el reflejo de nuestra propia aventura creativa, que se fundaba e iluminaba en dos afirmaciones: una: que el hombre por su naturaleza misma es de condición poética, lo que lo lleva incesantemente a reinventar, cada vez, la figura del mundo; y la segunda afirmación: que la obra de arquitectura se origina a partir de la observación o elogio de la realidad cotidiana, por medio del dibujo y la palabra.
Estas afirmaciones fundamentales han seguido iluminando nuestra aventura y han fructificado en el tiempo de múltiples maneras.
Para terminar quisiera recordar aquí y ahora a aquellos que formaron parte del grupo inicial y que paulatinamente nos han ido dejando: a la Ximena – señora de Godo, en 1975; a Tuto Baeza, en 1981; a Pepe Vial en 1983; a Claudio Giróla, en 1994; a Godo, hace sólo tres años.
Muchas gracias.
ESCUELA DE VALPARAISO - CIUDAD ABIERTA
Fabio Cruz P. – 5 de Septiembre, 2003
Tan solo voy a señalar algunos hechos y momentos de los inicios de este proceso que me toco vivir; quizás puedan aparecer menores y hasta anecdóticos, pero espero que cobren su verdadera dimensión por el hecho de estar insertados en una tarea ininterrumpida que llega hasta hoy, parte de Ia cual está reflejada en el libro que hoy se lanza.
Todo parte en Santiago por el ano 1950. En este tiempo se produce en Ia Escuela de Arquitectura de Ia Universidad Católica, un movimiento (por llamarlo de alguna manera!), que pone en discusión Ia gran dicotomía que se producía en Ia enseñanza del Taller: en los dos primeros años se enseñaba arquitectura “clásica” y a partir de Tercer Año, Arquitectura “Moderna”.
A raíz de este movimiento de los alumnos, Ias clases se suspenden por algunos días, creo que hasta semanas -cosa inusitada en ese tiempo, más aún en Ia Universidad Católica de Chile; – en tanto se disputaba vehementemente el tema con Ia dirección y algunos profesores.
El movimiento se origino en los cursos superiores. José Vial y Arturo Baeza, tuvieron una participación muy activa en Ia dirección del movimiento; el que, por su propia dinámica trascendió rápidamente los limites internos de Ia Escuela al involucrarse Ias autoridades de Ia Facultad y posteriormente de Ia Universidad (que era “Pontificia”).
En medio de estas circunstancias, en Ias vicisitudes propias de este género de acciones, se conversada y se entablaban relaciones con otras personas vinculadas de alguna manera al quehacer universitario. En ese momento, y a través de un alumno de Ia Escuela – algo mayor, porque antes había estudiado literatura -nos encontramos con Godo. Su participación ayudó -decisivamente a situar los limites y características del conflicto de Ia Escuela, el que concluyó finalmente con el cambio del plan de estudio de los primeros anos.
En este tiempo, 1951, Alberto Cruz trabajaba profesionalmente con Pancho Méndez y simultáneamente realizaba un Taller en Segundo año. Ahora bien, en este Taller se planteó, por primera vez, el ”Salir a observar” directamente Ia vida de Ia ciudad por medio del croquis y Ia anotación. Y Ias proposiciones arquitectónicas que se hacían debían surgir de dicha observación.
José Vial, Arturo Baeza y yo, asistíamos a menudo a ese Taller en calidad de amigos de Alberto).
Ese mismo año 1951, y como rebote y consecuencia de Ias inquietudes y horizontes abiertos en el movimiento de Ia Escuela que ya señalé – fuimos constituyendo un grupo formado por Alberto, Godo, Pancho Méndez, Jaime Bellalta (que ese mismo año, partió a Harvard), Miguel Eyquem, Pepe Vial, Tuto Baeza y yo.
Nos reuníamos casi diariamente en Ias tardes en Ia ‘Oficina – Taller’ que Pancho Méndez tenía en el 10° piso de un edificio situado en Ia calle Ahumada. La presencia de Godo fue fundamental. Godo era argentino de padres italianos, quien luego de estudiar dos años de Economía en Ia Universidad de Buenos Aires, se había entregado definitivamente a Ia Poesía. En verdad Godo tenía otra raíz cultural, otra visión de Ia realidad, Otra concepción de América (hijo de emigrantes), otra dimensión de Ia condición humana.
Llevábamos un año en este género de vida, cuando un día, a fines de Enero de 1952, yendo por Ia calle Moneda, un alumno de Arquitectura de Ia U.C.V. -Enrique Concha – se acerca a nosotros y le dice a Alberto que el nuevo rector de Ia Universidad, el Padre Jorge González, Jesuita, estaba interesado en que se incorporara a Ia Escuela de Arquitectura de esa Universidad.
Ese mismo día en Ia tarde, en el Taller de Pancho Méndez, nos reunimos todos y decidimos algo disparatado:
Alberto hablaría con el Padre González y le diría que sí a su ofrecimiento, pero… que no era él solo, sino que éramos 8!
Se realizo Io acordado y pasado algunos días, el P. González respondió afirmativamente, pero indicando, además, que había que partir inmediatamente en Marzo. Cabe señalar, que el año anterior había sido nombrado Decano de Ia Facultad de Arquitectura y Urbanismo el arquitecto Manuel Marchant, y como profesor de taller de Ia Escuela a Carlos Bresciani, con quien el padre González tenía una antigua amistad.
Carlos Bresciani sucedió al año siguiente a M. Marchant como decano, cargo que desempeñó por cerca de 14 años, apoyándonos decididamente. Al configurar con mayor precisión la nueva vida académica que íbamos a emprender, Godo señaló que
no bastaba que nos integráramos como profesores y ayudantes de la Escuela.
Era necesario, simultáneamente, crear un ámbito de estudio más amplio, más abierto, que la mera actividad docente; un lugar al que pudieran concurrir otras personas, otros artistas, otras disciplinas. Se pide entonces al P. González fundar un centro no
dependiente de la Facultad sino de la Rectoría, y naturalmente, disponer de algunos medios para materializarlo. El Rector aceptó, y así se fundó el Instituto de Arquitectura, primer instituto de la U.C.V.
En Marzo de 1952, iniciamos nuestro traslado a Valparaíso, cerrando los compromisos de distinta índole que cada cual tenía en Santiago.
Inicialmente algunos se fueron a una pensión, otros viajábamos por el día. En el mes de Mayo, todos -excepto Jaime Bellalta que aún no volvía de EE.UU – ya estábamos instalados en Viña: arrendamos 4 casas de un conjunto que se estaba terminando de construir en el Cerro Castillo. Dos casas para los casados (Godo y la Ximena y cuatro niños; yo, mi mujer y una guagua) y dos casas para “los solteros” y para Taller – Instituto, en donde, de inmediato, formamos una buena biblioteca con todos nuestros libros personales.
Conviene anotar que ese año 1952 los dos mayores de nosotros tenían 35 años, los intermedios 30, y los menores 25 años.
Al cabo de dos años Jaime Bellalta con su mujer Esmee Cromie, inglesa, paisajista, y dos hijos parte a vivir a Inglaterra.
Algo después se incorpora desde Argentina, Claudio Girola, escultor, hijo de orfebre italiano, quien permanece con nosotros hasta su muerte. La presencia de Claudio nos permitió conocer directamente y convivir con el mundo maravilloso e inefable del espacio puro.
En el curso de estos primeros años los solteros se fueron casando y los hijos aumentando. Todos seguíamos viviendo en el mismo conjunto de casas (llegamos a arrendar 7). Seguíamos yendo a la Escuela de Arquitectura en las mañanas y en las tardes a la Sede del Instituto de Arquitectura. Recibíamos muchas visitas de toda índole y de diferentes lugares.
Logramos así constituir una plena unidad de “vida, trabajo v estudio”, sin dicotomías, en que se sustentaba nuestra acción artística y académica.
Aunque resulte tal vez demasiado íntimo, creo que es del caso en este escueto recuento, mencionar la paciencia y abnegación de nuestras esposas, que hicieron posible este género de vida, no exento de dificultades.
Entretanto en este periodo inicial iban surgiendo los primeros discípulos, principalmente de entre aquellos alumnos que llegaron de Santiago y que habían participado en el Taller que Alberto hizo antes allá, que ya mencioné.
En lo fundamental, lo que nosotros trasmitíamos y enseñábamos era el reflejo de nuestra propia aventura creativa, que se fundaba e iluminaba en dos afirmaciones: una: que el hombre por su naturaleza misma es de condición poética, lo que lo lleva incesantemente a reinventar, cada vez, la figura del mundo; y la segunda afirmación: que la obra de arquitectura se origina a partir de la observación o elogio de la realidad cotidiana, por medio del dibujo y la palabra.
Estas afirmaciones fundamentales han seguido iluminando nuestra aventura y han fructificado en el tiempo de múltiples maneras.
Para terminar quisiera recordar aquí y ahora a aquellos que formaron parte del grupo inicial y que paulatinamente nos han ido dejando: a la Ximena – señora de Godo, en 1975; a Tuto Baeza, en 1981; a Pepe Vial en 1983; a Claudio Giróla, en 1994; a Godo, hace sólo tres años.
Muchas gracias.