
Texto elaborado para la presentación de los 50 años de la Escuela de Diseño:
El día 4 de diciembre de 1969 yo cumplía 12 años. Mientras yo recibía mi regalo, una noticia ensombreció nuestras casas. Se anunciaba que un avión había caído al mar caribe y en él iba Henri Tronquoi, un diseñador francés que volvía a su país luego de haber pasado las semanas anteriores junto a mi padre, en diversas actividades relacionadas con la formación de la Escuela de Diseño.

Tronquoi había sido un participante de Amereida, pero no partió desde Santiago como los demás, sino que se incorporó en Argentina. Por eso, mi padre no lo conocía.
Cuando llegó a Chile, se produjo una afinidad mutua muy fuerte. Ellos trabajaron muy intensamente organizando reuniones en Santiago y en Concepción, además de las actividades que tuvieron con los alumnos en la Escuela.
Su carisma me tocó en lo personal una vez que almorzaba en mi casa. Mientras yo lo escuchaba hablar con mis padres, detuvo la conversación para contarme sus días de piloto de guerra donde su avión esquivaba las peligrosos cables de globos de barrera.
Por qué el diseño:
La Escuela de Diseño fue en esos años, una alternativa pensada para los alumnos que no lograban pasar a los cursos superiores de Arquitectura. A diferencia de hoy, solo un pequeño grupo ingresaba a la universidad y durante los primeros años, la gran mayoría no lograba pasar a los cursos superiores.
Probablemente, los profesores de la Escuela estaban preocupados por esta cantidad de gente que se veía forzada a interrumpir su formación universitaria y quisieron desarrollar una alternativa.
Se podría decir irónicamente que el diseño fue creado para aquellos quod natura non dat . Sin embargo, 50 años después, el desarrollo de los diseños y sus contribuciones nos dicen algo muy distinto.
La Escuela se ha caracterizado siempre por su ruptura con las convenciones como forma de innovar. Esto es evidente en su arquitectura y en sus diseños. Pero hay una innovación mas importante que la caracterizó desde sus inicios: la ruptura de las convenciones con las personas mismas.
Cuando las universidades elegían a sus alumnos mediante pruebas de selección universitaria, la Escuela decidió elegir a los suyos mediante entrevistas. Las personas debían responder las preguntas más insólitas, mostrando su capacidad de improvisación y de salirse de los moldes habituales. En muchos casos, los seleccionados eran los no aptos para el sistema, académicamente hablando, pero demostraron poseer talentos extraordinarios.
Una de las convenciones arraigadas en nuestra cultura latina es que la universidad non praestat. La Escuela sale de Santiago y se aleja de las elites intelectuales y no solo decide, sino que demuestra que la estrecha visión de enseñar basada en las evaluaciones convencionales no es el mejor modelo para encontrar los talentos.
La formación de la Escuela de Diseño fue la creación de un ámbito para esos otros talentos que no coincidían exactamente con la arquitectura. El hecho de que este ámbito no existiera no justificaba la acción de echar a los alumnos y truncar sus estudios y su futuro. Ciertamente, el nuevo ámbito ofrecido no era el que se habían propuesto inicialmente los alumnos. Era algo que parecía más sencillo, aunque con el tiempo fue mostrando su propia complejidad.
El plan era hacer una carrera corta con fuerte integración con la industria. Se hicieron convenios con Zig-Zag para Diseño Gráfico y con Fanaloza para Diseño Industrial. Mediante ellos, los alumnos combinarían sus conocimientos teóricos con las experiencias prácticas, mejorando la difícil transición al mundo del trabajo.
“El nuevo sistema permitirá que los planteles universitarios entreguen los profesionales que la sociedad necesita”
“Aquellos jóvenes que terminen los dos años de estudio y por diversas razones no puedan continuar, tendrán la posibilidad de obtener un título que les conferirá aquella escuela, como “diseñador gráfico”, llevando además el respaldo del certificado de práctica y conocimiento del oficio, que le otorgará la propia empresa.
De eso se trata. De abrir posibilidad y nuevos caminos. La industria obtiene nuevas ideas, nuevos impulsos creadores. Los jóvenes encuentran lo que siempre falta mas allá de los libros y cuadernos: la realidad misma de su profesión.
El nexo se ha hecho. El vacío se ha llenado en lo que en este campo corresponde.”
(publicaciones de laépoca en recortes seleccionados por Vittorio Di Girólamo)
Esos convenios terminaron abruptamente con las expropiaciones de ambas empresas en los años 72 y 73. La Escuela siguió su camino propio.
La visita de Tronquoi no solo dio un impulso a estas actividades, sino que produjo una enorme afecto y amistad, particularmente con mi padre.
“desde los primeros momentos me di cuenta, aunque no lo conocía, que unas breves palabras bastaban en la comunicación, y que un amplio trasfondo de entendidos, generado tal vez en la phaléne, hacía rápidas y eficaces las palabras, hacía elocuentes y posibles esos largos y acompañados silencios que vivimos juntos muchas veces después, y daba margen a la delicadeza, que parece ser esa virtud –por completo ajena a la cortesía de las costumbres- que permite oír y hablar, contar la vida y mostrar las obras, tal como lo hicimos aquí en tan corto tiempo.”
“La última noche, hablando ya solos, de su estadía entre nosotros, me dijo que para él, la experiencia de Chile había sido como “despellejarse” y desprenderse de una costra acumulada en muchos años. Con esa reserva, tan propia de él, parecía esperar la intimidad de su mujer y el retiro de su taller en París para atar tantas cosas múltiples y heterogéneas, y contar interminablemente después, a los amigos de Francia, esto que él llamó en esa misma conversación, “otra visión del universo”, que resumía irónicamente en su decidido propósito, al volver, de “subdesarrollar a Francia”.
“La última noche, él estaba conmovido de la ternura del trato de los chilenos. Pero al hablar así, él dejaba de lado la fuerza y la virtud de su propia gentileza, que desde el primer momento, le prometía atraer y penetrar en las personas, tal vez como yo lo vi hacer en todas las oportunidades en que estuvimos juntos. “
Tronquoi abandonó Chile dejando una estela de amistad y entusiasmo. La noticia de la caída del avión ensombrece la Escuela y la sumerge en un profundo duelo.

El 20 de marzo del año siguiente, se abren los terrenos de la ciudad abierta. La primera obra formalmente constituida se dedica a Tronquoi. Era el lugar de la palabra que la constituye como ciudad.
Yo recuerdo como uno de los momentos más inolvidables, el levantamiento de esta primera obra. Se abría un mundo. Anteriormente, todos los intentos que la Escuela hacía de construir sus obras parecían fracasar. En Ritoque, serían ellos mismos sus propios encargastes y la arquitectura surgida ahí no estaría determinada por ningún criterio ajeno a sus concepciones. Serían arquitectos y habitantes a la vez.

Cuando crucé la barrera de dunas que permitían ver el ágora, había mucha gente. Todos los alumnos y profesores trabajaban. El ágora era un pavimento ondulado. Parecía que hubieran barrido las arenas y aparecido un suelo duro casi rectangular. Fuera de él, unos castillos de madera sostenían un puente que no llegaba a ninguna parte. En un punto de este pavimento, los alumnos daban los últimos toques a una placa de mármol blanco levemente inclinada hacia uno de los lados. Ellos colocaban cinco troncos en su contorno. “Llamen a Alberto”, dice uno. Alberto se acerca. ¿Cómo ponemos los troncos?. Alberto los gira levemente hasta darles cierta disposición donde éstos se inclinan hacia la placa. En la placa se lee:
De harto conser y de convivir
acerca de la cosa misma
Súbito
Chispa de luz
Ella misma a si misma
ya alimenta
Platón, VII carta.

El recuerdo de ese texto se mantuvo en mi memoria por casi 50 años.
Pero junto con recordarlo, comenzó también una indagación permanente por desentrañar su significado.
Ciertamente, los fundadores de la Ciudad Abierta habían leído a Platón, tanto como para que su lectura se detuviera en esas palabras. Ellas de alguna manera, representaban lo que Tronquoi había sido para la Escuela y la Ciudad Abierta.
En una de las tantas ocasiones en que escuché a Godo, le oí decir que sus traducciones eran “más poéticas”. Esto causaba cierta controversia ya que el significado se vuelve oculto. La poesía introduce entonces el enigma, donde las palabras de Platón adquieren un significado encubierto.
Si se tratara de traducir fielmente la idea del autor, su comprensión estaría lejos del original porque el lenguaje no es un conjunto de palabras fonéticamente distintas a otro, sino una forma de pensar distinta. ¿Por qué entonces no mutar el significado de las palabras cuando se pretende que ellas sean las protagonistas? En este caso, el propósito de Godo no es traducir ni explicar la VII carta, sino extraer un fragmento y convertirlo en un axioma sobre el cual descansen otros razonamientos que tocan a Tronquoi y su paso fugaz.
En este afán, Godo inventa la palabra: “conser”. Fuerza el lenguaje para llevarlo a un concepto que, intencional o fortuitamente llega a tocar la esencia misma del diseño.
Desde mi propia comprensión, luego discurrir por años sobre el significado de aquellas palabras y de de haber leído de paso la VII carta de Platón, llegué a concluir que aquella traducción poética de un fragmento escogido para recordar a Tronquoi, nos habla finalmente de cómo se enfrenta el diseñador al objeto: el conser y convivir con la cosa misma. Si la traducción no hubiese sido poética, se habría ajustado al estrecho margen de su contexto original.
Hace unos meses, le pedí a uno de los profesores de esta escuela, que me hiciera llegar un escrito sobre el diseño de un sillón para presentarlo en un proyecto de fondos concursables que me permitiera reproducirlo. En su texto, decía que él había observado una estatua de Abraham Lincoln sentado en un sillón. Su postura era la de un cuerpo inscrito en un cubo. La observación lo lleva al propósito de diseñar entonces un sillón cúbico.
Sobre esta idea, imparte instrucciones a un maestro que tiene disponible, para que construya un prototipo. Durante varios días, mientras lo construye, lo agranda, lo achica, lo alarga, lo estrecha, lo gira, se sienta, lo prueba. Y de tanto conser y de convivir con la cosa misma, súbitamente, como una chispa de luz, ella misma a si misma comienza a alimentar la forma.

Normalmente se piensa que el diseño se hace materializando una idea guardada en un casillero de nuestro cerebro. En esos casilleros están las cosas que hemos visto: una silla de un diseñador famoso, por ejemplo. Pero si quisiéramos tomar un diseño nuevo, no estará en ningún casillero de nuestro cerebro, porque él guarda solo las cosas que hemos visto. Por eso, el proceso de diseño tiene que ser irracional. Es necesario dejar de escudriñar en nuestras ideas.
Sobre el sillón girado de Ricardo Lang, tomado como ejemplo en este caso, se pueden decir muchas cosas: que es bonito, feo, cómodo, incómodo, pesado, liviano. Pero hay algo que no se puede decir: que provenga de alguna imagen vista y guardada en nuestro cerebro para ser replicada como una copia. Podemos calificarlo sin temor como una obra de arte. Lo que le ha dado esta condición es lo que la cosa misma alimenta, de tanto conser y convivir con ella.
La Escuela de Diseño, a diferencia de la Escuela de Arquitectura que vino a desplazar a otros, fue efectivamente fundada. La Toda fundación se constituye por un momento y una solemnidad. Esa solemnidad se llevó a cabo en la primera obra de la Ciudad Abierta. La placa conmemorativa señala el 4 de diciembre de 1969.
Si ustedes han hecho un nuevo edificio de los diseños, sería un buen gesto rescatar esta placa y así, como “Quod natura non dat, Salmanca non præstat” la escuela reciba a sus alumnos, aunque con mayor hospitalidad. Es muy poco hospitalario colocar una advertencia en el acceso diciendo :”¡Cuidado! detente detrás de la línea amarilla y fíjate primero si natura te dio”. Lejos de eso, la Escuela dirá: no importa lo que natura te dé. Nuestro afán es que tú te dispongas al conser y convivir con la cosa misma. Ella alimentará la obra y tu saber.