La obra arquitectónica inventa, cada vez, la forma extensa de la vida, confiriéndole al diario quehacer un orden trascendente.
A pesar de disponer de una capacidad material reducida, se quiere instaurar un habitar generoso y en cierta medida épico. Que involucre decisión y aún cierto esfuerzo, que dé lugar a la posibilidad de elección, a la variación, al tiempo —en su doble acepción— a la re-visión de ‘lo natural’. (No sólo entonces la mera comodidad, la buena vista, lo convenido…)
Es así que la casa se expande en su largo y en su alto a fin de conseguir una real y concreta distancia interna. Se descompone en tres cuerpos secuencíales: uno central y compacto que es propiamente el interior templado, y dos pórticos altos y vacíos que con poca materia abarcan mucho —la obra alcanza un largo de 24 m y una altura de 7 m de alto en el pórtico norte.
El eje dominante se emplaza siguiendo la pendiente, atando la penumbra del bosque inmediato y la superficie lejana y vacía del lago; orienta así el lugar, sin dividirlo en un delante y un detrás.
El mayor desafío arquitectónico de esta casa pequeña – que da la batalla por conseguir el tamaño (... magno) consiste en lograr la justa autonomía del vacío interior en medio de la extensión natural.
Se crea para ello un espesor regulador de la luz, el clima, la mirada próxima y distante. Arquitectónicamente tal espesor se ‘construye’ por el vacío de los pórticos, sus faldones y arbotantes, el cizalle del cuerpo compacto que multiplica las aristas y las fugas, las constelaciones de ventanas ubicadas en las esquinas, la posición de las escaleras, el leve giro de los tres cuerpos entre sí.
La casa se la habita en un permanente ir y venir longitudinal, ligeramente retenido en su interior, en que en todo momento y posición está presente tangencialmente la totalidad interna y externa de la obra. Este es el acto primordial a que la obra da forma y cabida.
Dos acotaciones:
La casa se edifica a 1.000 km de distancia del arquitecto, por un contratista del lugar y su equipo. Esto no es un detalle más; el hecho de asumirlo se constituye en factor esencial en la generación arquitectónica del espacio: todos los planos son regulares y dispuestos ortogonalmente; la obra se segmenta en tres cuerpos que son constructiva y estructuralmente independientes, lo que permite la realización por etapas y la posibilidad de desalinearlos.
El empleo del color se origina en la necesidad de protejer la madera exterior, renunciando a la tentación del barniz. Tal decisión trae frutos arquitectónicos: se patentiza la secuencia tríptica de la casa; en cualquier lugar y nivel en que se permanezca o se transite, siempre se tiene la presencia de las otras partes que expanden el espacio; el exterior coloreado le confiere particular levedad y abstracción al interior incoloro (madera natural). A su vez los colores empleados hacen de resonadores de la luminosidad intensa y cambiante del lugar, el Sur.
A pesar de disponer de una capacidad material reducida, se quiere instaurar un habitar generoso y en cierta medida épico. Que involucre decisión y aún cierto esfuerzo, que dé lugar a la posibilidad de elección, a la variación, al tiempo —en su doble acepción— a la re-visión de ‘lo natural’. (No sólo entonces la mera comodidad, la buena vista, lo convenido…)

Es así que la casa se expande en su largo y en su alto a fin de conseguir una real y concreta distancia interna. Se descompone en tres cuerpos secuencíales: uno central y compacto que es propiamente el interior templado, y dos pórticos altos y vacíos que con poca materia abarcan mucho —la obra alcanza un largo de 24 m y una altura de 7 m de alto en el pórtico norte.
El eje dominante se emplaza siguiendo la pendiente, atando la penumbra del bosque inmediato y la superficie lejana y vacía del lago; orienta así el lugar, sin dividirlo en un delante y un detrás.
El mayor desafío arquitectónico de esta casa pequeña – que da la batalla por conseguir el tamaño (... magno) consiste en lograr la justa autonomía del vacío interior en medio de la extensión natural.
Se crea para ello un espesor regulador de la luz, el clima, la mirada próxima y distante. Arquitectónicamente tal espesor se ‘construye’ por el vacío de los pórticos, sus faldones y arbotantes, el cizalle del cuerpo compacto que multiplica las aristas y las fugas, las constelaciones de ventanas ubicadas en las esquinas, la posición de las escaleras, el leve giro de los tres cuerpos entre sí.
La casa se la habita en un permanente ir y venir longitudinal, ligeramente retenido en su interior, en que en todo momento y posición está presente tangencialmente la totalidad interna y externa de la obra. Este es el acto primordial a que la obra da forma y cabida.
Dos acotaciones:
La casa se edifica a 1.000 km de distancia del arquitecto, por un contratista del lugar y su equipo. Esto no es un detalle más; el hecho de asumirlo se constituye en factor esencial en la generación arquitectónica del espacio: todos los planos son regulares y dispuestos ortogonalmente; la obra se segmenta en tres cuerpos que son constructiva y estructuralmente independientes, lo que permite la realización por etapas y la posibilidad de desalinearlos.
El empleo del color se origina en la necesidad de protejer la madera exterior, renunciando a la tentación del barniz. Tal decisión trae frutos arquitectónicos: se patentiza la secuencia tríptica de la casa; en cualquier lugar y nivel en que se permanezca o se transite, siempre se tiene la presencia de las otras partes que expanden el espacio; el exterior coloreado le confiere particular levedad y abstracción al interior incoloro (madera natural). A su vez los colores empleados hacen de resonadores de la luminosidad intensa y cambiante del lugar, el Sur.