ARQUITECTURA Y OFICIO
Me propongo tratar a continuación un asunto de fondo, de carácter teórico, que trasciende por lo tanto las situaciones contingentes y las ‘opiniones’ personales.
A. Sobre la materia de la arquitectura
Lo primero que considero necesario hacer es definir tentativamente en qué consiste la Arquitectura. Para ello recurro a la vieja definición de la Exposición de los 20 años:
‘Arquitectura es la extensión orientada que da cabida’
Esta definición la he venido tratando de entender y de explicitar a través de los años: el asunto obviamente es complicado y prácticamente inagotable
Digo entonces: Obra Arquitectónica: Extensión orientada que da cabida, en lo que de extenso tiene, a los oficios, quehaceres y tareas de los hombres, de tal suerte que su cumplimiento (de oficios y quehaceres…) se manifieste como “fiesta consoladora”.
Los términos ‘fiesta’ y ‘consoladora’, los tomo de la Carta del Errante.
Respecto a fiesta: ...” y la fiesta es el juego, supremo rigor de mi libertad”.
Respecto a Consoladora: “Consolar quiere decir revelar constantemente a los hombres cogidos por las tareas del mundo, el esplendor que llevan en ellos; el fulgor de esa pura posibilidad antes de toda elección….”
Ahora bien, trasponiéndolo al plano de la arquitectura, me atrevo a decir: “consolar” quiere decir, revelar constantemente a los hombres cogidos por las tareas del mundo, el esplendor del ‘tamaño’ y de la ‘posición’ que llevan en ellos.
Entonces, volviendo a la definición inicial con otras palabras puedo decir:
La obra de arquitectura (cada obra, cada vez!) consiste en un ordenamiento de la extensión material de tal suerte que el cumplimiento de los oficios, quehaceres y tareas de los hombres que ahí tiene lugar, se convierte y manifiesta en la ‘fiesta consoladora’ que hemos señalado.
A la luz de esta definición me parece que queda bastante claro el campo y la materia esencial donde ocurre la arquitectura, y su sentido y finalidad.
Así, ante cualquier edificio habitado o habitable, uno puede preguntarse entonces: ¿esta obra revela, manifiesta, convierte lo extenso de la tarea humana en ‘fiesta consoladora’?.
Si esto se cumple, quiere decir que se trata de una obra de arquitectura; si no se cumple, entonces no lo es.
B. La Forma
Coherente con lo que hemos venido discurriendo y disputando en torno al arte de la arquitectura a lo largo de los años (y si adentrarnos en mayores explicaciones), podemos hacer también esta afirmación:
Para que el ordenamiento material de la extensión pueda revelar y construir la Fiesta Consoladora, dicho ordenamiento debe poseer una ‘virtud’ peculiar que nosotros llamamos FORMA. (He aquí el misterio de la Forma, piedra de toque del arte arquitectónico).
Tratándose de arquitectura, entonces, no hay nada que pueda sustituir el concreto ordenamiento material señalado; de igual manera, por ejemplo, que tratándose del arte de la pintura, nada puede sustituir el ordenamiento bidimensional de colores y trazos.
Por lo tanto, todo lo que puede y debe pensarse, estudiarse y formularse acerca de la arquitectura es para llegar a conferirle FORMA, en un tiempo y en un lugar dados, a un conjunto de materiales.
Todo debe, finalmente, consumarse y consumirse en la obra, porque de no ser así no hay posibilidad de ‘fiesta consoladora’.
Es necesario señalar, sin embargo, que la obra de arquitectura tiene diferentes estados o momentos. La realización material concreta es efectivamente la culminación, el cierre definitivo; pero un ‘proyecto’ – más, o menos, acabado – es también Obra, pero en la medida y a condición de que contenga un grado inequívoco de definición espacial de la FORMA. Vale decir, se haya asumido el riesgo artístico (= poético) de la elección única.
Acerca del proceso creativo de la obra de arquitectura, de los pasos que van de la Observación, a la intuición del Acto y a la ‘construcción’ de la Forma, como así mismo de la necesidad de un ‘estado de ruta’ y de la relación con la palabra poética, materias estas inagotables en las que estamos inmersos desde hace décadas, las voy a dar por conocidas (¡!) para no perder el hilo primordial de lo de lo que estoy exponiendo.
C. El Oficio
Me quiero referir ahora explícitamente al Oficio Arquitectónico.
Llamo oficio a esa peculiar ‘sabiduría’ – que incluye conocimientos, intuiciones, habilidades, etc…. – que permite pasar del propósito y voluntad arquitectónica (fundamento) a una Forma concreta particular.
A través del ejercicio del oficio se encarna la idea.
Por el oficio ‘se pone en obra’ el fundamento’.
Por medio del oficio se salva esa brecha insondable que se da entre la idea (lo ideal) y la circunstancia particular (lo temporal y material).
Este ‘oficiar’ no es una deducción, ni una mera aplicación de conocimiento: es un acto radicalmente artístico, genuino e insustituible.
Hablando esquemáticamente e impropiamente, porque no se trata de un proceso lineal ni cuantificable, podría decir que la mitad de actividad creativa arquitectónica corresponde al fundamento (observación, acto…) y la otra mitad a la concreción específica de la Forma, vale decir, aquella parte que surge del ejercicio del oficio y que se aprende en lo fundamental sólo ‘oficiando’. No hay otro camino!
Pienso que no es exagerado ni una simplificación impropia, comparar el hacer arquitectónico con jugar un juego (Recordar: el juego: “supremo rigor de mi libertad”).
Es evidente que todo lo que pueda observarse, admirarse, reflexionarse, respecto del futbol o el ajedrez; el conocimiento exhaustivo de las reglas, el análisis de partidos realizados, aún la preparación física y psíquica …, todo eso no es todavía en absoluto el juego propiamente tal; nada de ello garantiza en manera alguna ser capaz de jugar el juego (bien jugado, se entiende).
La plenitud del juego, su gloria, su belleza, su secreto, su consistencia, no cobran existencia sino al jugarse. Y sólo la ‘práctica’ reiterada permite acceder a la interioridad del juego, vale decir llegar a inventar y realizar las jugadas en el momento y la secuencia justas.
Volviendo a la arquitectura, el caso del juego descrito quiere reiterar que hay algo esencial, insustituible, que sólo surge y florece en la dura batalla de con-formar la materia arquitectónica; no antes, ni después ni en otra actividad. Esta dimensión específica, a su vez, rebota en el fundamento y lo clarifica y ajusta.
D. La Escuela y el Taller
Me refiero ahora más directamente al Taller Arquitectónico.
De lo expuesto comparece como algo propio y esencial de la enseñanza de la arquitectura la existencia del Taller, entendido este como el lugar donde se da la posibilidad de ‘practicar el oficio’ en plenitud.
Y practicar el oficio en plenitud (oficiar!), conlleva de suyo, tratándose de arquitectura, llegar hasta la ‘concreción’ de la obra, llámesela ‘proposición arquitectónica’, ‘proyecto’, o como se quiera. De otra manera no hay posibilidad de Forma.
Está claro que el Taller y la Escuela están en el ámbito de la Universidad con su carácter institucional, sus períodos académicos , calificaciones, promociones, etc.
Pero estas características no pueden, en manera alguna, sustraer ninguna parte esencial de la ‘vía creativa’. Debe por consiguiente estar presente el oficio y el oficiar, en los términos expuestos anteriormente.
Aceptado que esto es inclaudicable so pena de no tocar verdaderamente el asunto arquitectónico, es tarea de los profesores inventar la manera de realizarlo cabalmente.
Cabalmente quiere decir aquí que el alumno recorra la vía creativa completa desde el encargo o auto-encargo hasta asumir el riesgo de la Forma, que es la que da lugar a la Fiesta Consoladora.
Cómo se puede realizar este camino en 3 meses o en 4 o en 6; cómo plantear el caso, cómo abrirlo, cómo avanzar, cómo cerrar, eso es asunto de los conocimientos, capacidad teórica, dones artísticos y aptitudes pedagógicas de los profesores. Pero si el camino no es ‘entero’, no hay real enseñanza arquitectónica. (Insisto – para evitar cualquier mal entendido – que ‘entero’ no tiene nada que ver con el tipo de ‘completitud’ que posee un edificio erigido físicamente).
Considero un error conceptual pensar que la vida académica pueda entregar sólo una parte de esta ‘vía creativa’. Y que la vida post-universitaria entregue la otra. Por ejemplo: la Universidad se ocupa de guiar la observación y el fundamente teórico del hacer arquitectónico, y el oficio – en los términos señalados en este escrito –lo ejercita y lo aprende afuera en la vida profesional o en otra parte.
Esta manera de pensar supone como posible la dicotomía fundamento-oficio, la cual es absolutamente imposible y carente de sentido en la realidad artística.
De aplicarse este criterio, el arquitecto egresado de nuestra escuela concluiría siendo, en estricto rigor, cuasi auto-didacta, ya que la mitad de su pleno quehacer arquitectónico tiene que aprenderlo por su cuenta. Y en un medio muy poco propicio, por no decir contrario.
A mi modo de ver lo más difícil, sutil y duro del ejercicio artístico en su más alto sentido (allí donde se pone a prueba todo, la piedra de toque, como decía) es el paso de la idea a la forma concreta. Ahora bien, abordar este paso (O-SALTO!) es lo que no puede eludirse en el seno de Escuela.
F.C.P. Marzo 1995
Me propongo tratar a continuación un asunto de fondo, de carácter teórico, que trasciende por lo tanto las situaciones contingentes y las ‘opiniones’ personales.
A. Sobre la materia de la arquitectura
Lo primero que considero necesario hacer es definir tentativamente en qué consiste la Arquitectura. Para ello recurro a la vieja definición de la Exposición de los 20 años:
‘Arquitectura es la extensión orientada que da cabida’
Esta definición la he venido tratando de entender y de explicitar a través de los años: el asunto obviamente es complicado y prácticamente inagotable
Digo entonces: Obra Arquitectónica: Extensión orientada que da cabida, en lo que de extenso tiene, a los oficios, quehaceres y tareas de los hombres, de tal suerte que su cumplimiento (de oficios y quehaceres…) se manifieste como “fiesta consoladora”.
Los términos ‘fiesta’ y ‘consoladora’, los tomo de la Carta del Errante.
Respecto a fiesta: ...” y la fiesta es el juego, supremo rigor de mi libertad”.
Respecto a Consoladora: “Consolar quiere decir revelar constantemente a los hombres cogidos por las tareas del mundo, el esplendor que llevan en ellos; el fulgor de esa pura posibilidad antes de toda elección….”
Ahora bien, trasponiéndolo al plano de la arquitectura, me atrevo a decir: “consolar” quiere decir, revelar constantemente a los hombres cogidos por las tareas del mundo, el esplendor del ‘tamaño’ y de la ‘posición’ que llevan en ellos.
Entonces, volviendo a la definición inicial con otras palabras puedo decir:
La obra de arquitectura (cada obra, cada vez!) consiste en un ordenamiento de la extensión material de tal suerte que el cumplimiento de los oficios, quehaceres y tareas de los hombres que ahí tiene lugar, se convierte y manifiesta en la ‘fiesta consoladora’ que hemos señalado.
A la luz de esta definición me parece que queda bastante claro el campo y la materia esencial donde ocurre la arquitectura, y su sentido y finalidad.
Así, ante cualquier edificio habitado o habitable, uno puede preguntarse entonces: ¿esta obra revela, manifiesta, convierte lo extenso de la tarea humana en ‘fiesta consoladora’?.
Si esto se cumple, quiere decir que se trata de una obra de arquitectura; si no se cumple, entonces no lo es.
B. La Forma
Coherente con lo que hemos venido discurriendo y disputando en torno al arte de la arquitectura a lo largo de los años (y si adentrarnos en mayores explicaciones), podemos hacer también esta afirmación:
Para que el ordenamiento material de la extensión pueda revelar y construir la Fiesta Consoladora, dicho ordenamiento debe poseer una ‘virtud’ peculiar que nosotros llamamos FORMA. (He aquí el misterio de la Forma, piedra de toque del arte arquitectónico).
Tratándose de arquitectura, entonces, no hay nada que pueda sustituir el concreto ordenamiento material señalado; de igual manera, por ejemplo, que tratándose del arte de la pintura, nada puede sustituir el ordenamiento bidimensional de colores y trazos.
Por lo tanto, todo lo que puede y debe pensarse, estudiarse y formularse acerca de la arquitectura es para llegar a conferirle FORMA, en un tiempo y en un lugar dados, a un conjunto de materiales.
Todo debe, finalmente, consumarse y consumirse en la obra, porque de no ser así no hay posibilidad de ‘fiesta consoladora’.
Es necesario señalar, sin embargo, que la obra de arquitectura tiene diferentes estados o momentos. La realización material concreta es efectivamente la culminación, el cierre definitivo; pero un ‘proyecto’ – más, o menos, acabado – es también Obra, pero en la medida y a condición de que contenga un grado inequívoco de definición espacial de la FORMA. Vale decir, se haya asumido el riesgo artístico (= poético) de la elección única.
Acerca del proceso creativo de la obra de arquitectura, de los pasos que van de la Observación, a la intuición del Acto y a la ‘construcción’ de la Forma, como así mismo de la necesidad de un ‘estado de ruta’ y de la relación con la palabra poética, materias estas inagotables en las que estamos inmersos desde hace décadas, las voy a dar por conocidas (¡!) para no perder el hilo primordial de lo de lo que estoy exponiendo.
C. El Oficio
Me quiero referir ahora explícitamente al Oficio Arquitectónico.
Llamo oficio a esa peculiar ‘sabiduría’ – que incluye conocimientos, intuiciones, habilidades, etc…. – que permite pasar del propósito y voluntad arquitectónica (fundamento) a una Forma concreta particular.
A través del ejercicio del oficio se encarna la idea.
Por el oficio ‘se pone en obra’ el fundamento’.
Por medio del oficio se salva esa brecha insondable que se da entre la idea (lo ideal) y la circunstancia particular (lo temporal y material).
Este ‘oficiar’ no es una deducción, ni una mera aplicación de conocimiento: es un acto radicalmente artístico, genuino e insustituible.
Hablando esquemáticamente e impropiamente, porque no se trata de un proceso lineal ni cuantificable, podría decir que la mitad de actividad creativa arquitectónica corresponde al fundamento (observación, acto…) y la otra mitad a la concreción específica de la Forma, vale decir, aquella parte que surge del ejercicio del oficio y que se aprende en lo fundamental sólo ‘oficiando’. No hay otro camino!
Pienso que no es exagerado ni una simplificación impropia, comparar el hacer arquitectónico con jugar un juego (Recordar: el juego: “supremo rigor de mi libertad”).
Es evidente que todo lo que pueda observarse, admirarse, reflexionarse, respecto del futbol o el ajedrez; el conocimiento exhaustivo de las reglas, el análisis de partidos realizados, aún la preparación física y psíquica …, todo eso no es todavía en absoluto el juego propiamente tal; nada de ello garantiza en manera alguna ser capaz de jugar el juego (bien jugado, se entiende).
La plenitud del juego, su gloria, su belleza, su secreto, su consistencia, no cobran existencia sino al jugarse. Y sólo la ‘práctica’ reiterada permite acceder a la interioridad del juego, vale decir llegar a inventar y realizar las jugadas en el momento y la secuencia justas.
Volviendo a la arquitectura, el caso del juego descrito quiere reiterar que hay algo esencial, insustituible, que sólo surge y florece en la dura batalla de con-formar la materia arquitectónica; no antes, ni después ni en otra actividad. Esta dimensión específica, a su vez, rebota en el fundamento y lo clarifica y ajusta.
D. La Escuela y el Taller
Me refiero ahora más directamente al Taller Arquitectónico.
De lo expuesto comparece como algo propio y esencial de la enseñanza de la arquitectura la existencia del Taller, entendido este como el lugar donde se da la posibilidad de ‘practicar el oficio’ en plenitud.
Y practicar el oficio en plenitud (oficiar!), conlleva de suyo, tratándose de arquitectura, llegar hasta la ‘concreción’ de la obra, llámesela ‘proposición arquitectónica’, ‘proyecto’, o como se quiera. De otra manera no hay posibilidad de Forma.
Está claro que el Taller y la Escuela están en el ámbito de la Universidad con su carácter institucional, sus períodos académicos , calificaciones, promociones, etc.
Pero estas características no pueden, en manera alguna, sustraer ninguna parte esencial de la ‘vía creativa’. Debe por consiguiente estar presente el oficio y el oficiar, en los términos expuestos anteriormente.
Aceptado que esto es inclaudicable so pena de no tocar verdaderamente el asunto arquitectónico, es tarea de los profesores inventar la manera de realizarlo cabalmente.
Cabalmente quiere decir aquí que el alumno recorra la vía creativa completa desde el encargo o auto-encargo hasta asumir el riesgo de la Forma, que es la que da lugar a la Fiesta Consoladora.
Cómo se puede realizar este camino en 3 meses o en 4 o en 6; cómo plantear el caso, cómo abrirlo, cómo avanzar, cómo cerrar, eso es asunto de los conocimientos, capacidad teórica, dones artísticos y aptitudes pedagógicas de los profesores. Pero si el camino no es ‘entero’, no hay real enseñanza arquitectónica. (Insisto – para evitar cualquier mal entendido – que ‘entero’ no tiene nada que ver con el tipo de ‘completitud’ que posee un edificio erigido físicamente).
Considero un error conceptual pensar que la vida académica pueda entregar sólo una parte de esta ‘vía creativa’. Y que la vida post-universitaria entregue la otra. Por ejemplo: la Universidad se ocupa de guiar la observación y el fundamente teórico del hacer arquitectónico, y el oficio – en los términos señalados en este escrito –lo ejercita y lo aprende afuera en la vida profesional o en otra parte.
Esta manera de pensar supone como posible la dicotomía fundamento-oficio, la cual es absolutamente imposible y carente de sentido en la realidad artística.
De aplicarse este criterio, el arquitecto egresado de nuestra escuela concluiría siendo, en estricto rigor, cuasi auto-didacta, ya que la mitad de su pleno quehacer arquitectónico tiene que aprenderlo por su cuenta. Y en un medio muy poco propicio, por no decir contrario.
A mi modo de ver lo más difícil, sutil y duro del ejercicio artístico en su más alto sentido (allí donde se pone a prueba todo, la piedra de toque, como decía) es el paso de la idea a la forma concreta. Ahora bien, abordar este paso (O-SALTO!) es lo que no puede eludirse en el seno de Escuela.
F.C.P. Marzo 1995