El primer elemento: la luz de la oración
Si no hubiese existido el terremoto de 1960, ni la Escuela, ni los Jesuitas habrían considerado necesario refaccionar la iglesia de Puerto Montt. Es así, como la iglesia se inicia con un propósito funcional, que da origen a una proposición arquitectónica. El primer impulso es restituir el lugar de la oración, que en ese momento ha quedado inhabilitado por el terremoto, y en este, la primera palabra viene de Pajaritos. Ella constituye la observación que da origen arquitectónico a una significativa cantidad de obras religiosas realizadas por la Escuela. Si se lee el texto escrito por José Vial para la parroquia de Corral, se observará que hay un afán de seguir fielmente la observación de Alberto en esta obra. Esta es la piedra angular y primer propósito arquitectónico en Puerto Montt: construir “la luz de la oración” revelada en el proyecto de la capilla de Pajaritos.
José Vial se da cuenta que el proyecto en maqueta realizado inicialmente está fuera de toda realidad. Literalmente agradece que éste haya sido rechazado por los padres. La obra comienza a mostrar su particularidad y el propósito no se hace tan claro.
La dignidad de lo viejo detiene la intervención
En Corral, la luz es trabajada mediante dos fuentes contrapuestas. Las ventanas laterales se unen formando dos fuentes contrapuestas cuya luz se filtra mediante difusores especiales. Para ello, se modifica la estructura arquitectónica de la iglesia: una iglesia de múltiples ventanas uniformemente distribuidas se convierte en una iglesia de dos grandes fuentes luminosas. La iglesia se desarma y se arma, sin mayores problemas respecto de lo que había inicialmente.

Difusores de luz en la Iglesia de Corral
Fotografía: Daniel Vial durante homenaje a José Vial
Sin embargo en Puerto Montt, el problema de “desarmar y armar” no es el mismo. En primer lugar, la iglesia, quiérase o no, tiene un valor patrimonial distinto. Se dice que es una copia de formas “archi gastadas”, de que la escuela la ha sacado de su “condición de copia”. Pero lo cierto es que intervenir la obra, como se intervino en Corral no fue tan fácil. No creo que haya habido aquí una falta de coraje en hacerlo, porque coraje hubo, y la muestra es la fachada. Creo que dentro de toda su “condición de copia”, la iglesia infundió una condición espacial que se consideró importante conservarla. Creo que, conciente o inconscientemente, la escuela se detuvo a calcular muy cuidadosamente cual era el límite de lo que había que conservar y lo que había que transformar. Pero este límite se mostró particularmente complejo, una vez que ellos se fueron dando cuenta que desarmar era inevitable. Ya no se trataba de desarmar para adecuarla al nuevo propósito arquitectónico. Simplemente había que desarmar para poder preservar estructural y constructivamente la iglesia. Los elementos estaban podridos. Pasaba un estero por debajo de ella y nadie se había dado cuenta. La delicada acción de desarmar se tornó esencial porque se sabía que ella era irreversible.
Pero junto con la necesidad de dotar a la iglesia una condición constructiva y estructural distinta, surge también el propósito arquitectónico.
El giro litúrgico del concilio:
Estamos en el año 1962. Tiempos de profundos cambios en la Iglesia Católica. Estos cambios provenientes del Concilio Vaticano II tocan también a la liturgia y al espacio en el cual ella se desarrolla. Los altares se vuelven al pueblo, El latín se vuelve lengua local y la iglesia gira hacia el pueblo. Tras estos acontecimientos, la iglesia de Puerto Montt tiene su propio cambio. Uno de los sacerdotes pide que el templo tenga un gran ventanal que incorpore a la ciudad; que abra el templo a la ciudad. La iglesia debe albergar a más fieles; debe distribuirse mejor el espacio. Etc. Conforme a esto, a los requerimientos de los sacerdotes, a los requerimientos funcionales, a los nuevos requerimientos litúrgicos, se planifica la obra bajo un propósito arquitectónico de fondo: la luz de la oración y en la co-existencia de lo viejo y lo nuevo.
En el devenir de la obra, las cosas se complican. La luz se posterga. Se piensan los difusores. Se cualifica la luz que viene de las diferentes fuentes: la luz de la calle, distinta a la luz de las ventanas superiores que viene del cerro, la luz de otras fuentes distintas. No es una sola luz, como en Pajaritos. Hay que construir esa luz con múltiples fuentes.
En este devenir, prima la presencia de lo viejo, y con ello comienza a surgir un pensamiento arquitectónico respecto de lo viejo y lo nuevo.
“El compromiso con la modernidad”
Antes, la escuela había realizado la casa de Jean Mermoz, donde lo moderno irrumpió fuertemente en la ciudad. Ahora, se trataba de una iglesia; ya no una casa privada, sino un lugar público, donde cada ciudadano podía opinar “con propiedad” sobre lo que se había hecho. Más aún, esa ciudad era Puerto Montt, con su “tranquilidad pueblerina”... ciudad que no conocía la modernidad, y que ahora irrumpía a través de la iglesia.
En Puerto Montt, más que en ninguna parte, se padecen las dificultades propias del medio que lucha en contra de un propósito puramente arquitectónico. Hay interferencias, dificultades, obstáculos y personas que se oponen. En este acontecer, la forma arquitectónica cobra realidad, con todas las heridas y carencias que el medio le impone. Faltan finalmente los difusores. El altar barroco es retirado y desarmado arbitrariamente por los sacerdotes. La fachada, diseñada en madera natural, se pinta y el ventanal frontal queda desnudo, desprovisto de un fino palillaje que atenúa la crueldad del ventanal con sus estructuras a la vista.
Puerto Montt es el prodigio de los arquitectos y sus batallas, las que dejan una huella no solo en la obra, sino que en ellos mismos.
Daniel Vial
Si no hubiese existido el terremoto de 1960, ni la Escuela, ni los Jesuitas habrían considerado necesario refaccionar la iglesia de Puerto Montt. Es así, como la iglesia se inicia con un propósito funcional, que da origen a una proposición arquitectónica. El primer impulso es restituir el lugar de la oración, que en ese momento ha quedado inhabilitado por el terremoto, y en este, la primera palabra viene de Pajaritos. Ella constituye la observación que da origen arquitectónico a una significativa cantidad de obras religiosas realizadas por la Escuela. Si se lee el texto escrito por José Vial para la parroquia de Corral, se observará que hay un afán de seguir fielmente la observación de Alberto en esta obra. Esta es la piedra angular y primer propósito arquitectónico en Puerto Montt: construir “la luz de la oración” revelada en el proyecto de la capilla de Pajaritos.
José Vial se da cuenta que el proyecto en maqueta realizado inicialmente está fuera de toda realidad. Literalmente agradece que éste haya sido rechazado por los padres. La obra comienza a mostrar su particularidad y el propósito no se hace tan claro.
La dignidad de lo viejo detiene la intervención
En Corral, la luz es trabajada mediante dos fuentes contrapuestas. Las ventanas laterales se unen formando dos fuentes contrapuestas cuya luz se filtra mediante difusores especiales. Para ello, se modifica la estructura arquitectónica de la iglesia: una iglesia de múltiples ventanas uniformemente distribuidas se convierte en una iglesia de dos grandes fuentes luminosas. La iglesia se desarma y se arma, sin mayores problemas respecto de lo que había inicialmente.

Difusores de luz en la Iglesia de Corral
Fotografía: Daniel Vial durante homenaje a José Vial
Sin embargo en Puerto Montt, el problema de “desarmar y armar” no es el mismo. En primer lugar, la iglesia, quiérase o no, tiene un valor patrimonial distinto. Se dice que es una copia de formas “archi gastadas”, de que la escuela la ha sacado de su “condición de copia”. Pero lo cierto es que intervenir la obra, como se intervino en Corral no fue tan fácil. No creo que haya habido aquí una falta de coraje en hacerlo, porque coraje hubo, y la muestra es la fachada. Creo que dentro de toda su “condición de copia”, la iglesia infundió una condición espacial que se consideró importante conservarla. Creo que, conciente o inconscientemente, la escuela se detuvo a calcular muy cuidadosamente cual era el límite de lo que había que conservar y lo que había que transformar. Pero este límite se mostró particularmente complejo, una vez que ellos se fueron dando cuenta que desarmar era inevitable. Ya no se trataba de desarmar para adecuarla al nuevo propósito arquitectónico. Simplemente había que desarmar para poder preservar estructural y constructivamente la iglesia. Los elementos estaban podridos. Pasaba un estero por debajo de ella y nadie se había dado cuenta. La delicada acción de desarmar se tornó esencial porque se sabía que ella era irreversible.
Pero junto con la necesidad de dotar a la iglesia una condición constructiva y estructural distinta, surge también el propósito arquitectónico.
El giro litúrgico del concilio:
Estamos en el año 1962. Tiempos de profundos cambios en la Iglesia Católica. Estos cambios provenientes del Concilio Vaticano II tocan también a la liturgia y al espacio en el cual ella se desarrolla. Los altares se vuelven al pueblo, El latín se vuelve lengua local y la iglesia gira hacia el pueblo. Tras estos acontecimientos, la iglesia de Puerto Montt tiene su propio cambio. Uno de los sacerdotes pide que el templo tenga un gran ventanal que incorpore a la ciudad; que abra el templo a la ciudad. La iglesia debe albergar a más fieles; debe distribuirse mejor el espacio. Etc. Conforme a esto, a los requerimientos de los sacerdotes, a los requerimientos funcionales, a los nuevos requerimientos litúrgicos, se planifica la obra bajo un propósito arquitectónico de fondo: la luz de la oración y en la co-existencia de lo viejo y lo nuevo.
En el devenir de la obra, las cosas se complican. La luz se posterga. Se piensan los difusores. Se cualifica la luz que viene de las diferentes fuentes: la luz de la calle, distinta a la luz de las ventanas superiores que viene del cerro, la luz de otras fuentes distintas. No es una sola luz, como en Pajaritos. Hay que construir esa luz con múltiples fuentes.
En este devenir, prima la presencia de lo viejo, y con ello comienza a surgir un pensamiento arquitectónico respecto de lo viejo y lo nuevo.
“El compromiso con la modernidad”
Antes, la escuela había realizado la casa de Jean Mermoz, donde lo moderno irrumpió fuertemente en la ciudad. Ahora, se trataba de una iglesia; ya no una casa privada, sino un lugar público, donde cada ciudadano podía opinar “con propiedad” sobre lo que se había hecho. Más aún, esa ciudad era Puerto Montt, con su “tranquilidad pueblerina”... ciudad que no conocía la modernidad, y que ahora irrumpía a través de la iglesia.
En Puerto Montt, más que en ninguna parte, se padecen las dificultades propias del medio que lucha en contra de un propósito puramente arquitectónico. Hay interferencias, dificultades, obstáculos y personas que se oponen. En este acontecer, la forma arquitectónica cobra realidad, con todas las heridas y carencias que el medio le impone. Faltan finalmente los difusores. El altar barroco es retirado y desarmado arbitrariamente por los sacerdotes. La fachada, diseñada en madera natural, se pinta y el ventanal frontal queda desnudo, desprovisto de un fino palillaje que atenúa la crueldad del ventanal con sus estructuras a la vista.
Puerto Montt es el prodigio de los arquitectos y sus batallas, las que dejan una huella no solo en la obra, sino que en ellos mismos.
Daniel Vial