
Se observa que,
el Cerro Mayaca es hoy día un hito natural aislado que emerge sobre el urbanismo plano de la ciudad y sobre el fondo plano del valle, identificando la existencia de Quillota desde la lejanía.
Tal como lo hace el cerro Santa Lucía en Santiago, el Cerro Mayaca quiebra aquí también el curso del río, pero no lo separa en dos brazos, sino que lo desvía manteniendo el lecho pegado a uno de los costados del Valle.
Es el efecto del Cerro sobre el río, el que permite la amplitud, sin interrupciones, de la superficie plana.
Todos los valles vecinos están fraccionados por el río y la topografía. De modo que el río, el cerro Mayaca y esta superficie continua, son tres “elementos naturales“ claves en la configuración de los particular del lugar.
Y el Cerro subyace como causa de ese orden natural.
El clima general de esa latitud y ubicación próxima al océano, es modificado por los cerros circundantes que encierran un interior natural.
De esa complementación resulta una alta humedad del aire, temperaturas templadas y sin heladas y una ordenada distribución de las estaciones.
Los cerros circundantes y el clima son pues también dos nuevos “elementos naturales” esenciales de lo particular del lugar.
Pero, con todo, ésta no es una zona de mera recolección de una vegetación natural. Es necesaria la obra artificial de regar.
El ciclo del riego comienza en el río, sigue en el canal, continúa hacia una napa subterránea de agua a la cual accede el agua de riego después de empapar adecuadamente la tierra, y termina nuevamente en el río.
La perfección de este ciclo que se aviene a la obra artificial, es un factor vital de lo particular del lugar.
La exuberancia del árbol y las especies traídas aquí por la obra artificial, es el resultado de una ecuación que ata a todos los elementos naturales del valle. Ellos, los árboles, son el resumen y la manifestación visible de ese equilibrio natural invisible, único y particular del lugar.
Por eso, ellos son los que detectan y señalan un primer rasgo del orden del campo -que se enfrenta a la ciudad-, esto es, las tres calidades de la superficie del valle, y por su esplendor se convierten en un “elemento” natural del orden artificial, tanto de la ciudad como del campo.