Se observa que con la fundación de Quillota se abre una nueva etapa de confrontación y relación entre un orden ciudadano y un orden del campo. A lo que había sido hasta entonces un exclusivo “estar de trabajo” local, viene a agregase una traza urbana, es decir, un intento de vida ciudadana.
Probablemente la “galería” mantiene su función, pero esta vez, adherida a una ciudad, que más tarde pasará a ser su refugio.
Fundación de Quillota: La fuerza y magnitud del orden ciudadano.
La fundación de Quillota se lleva a cabo en 1717, formando parte tal vez de un movimiento de ciudades que abarcó gran parte de Chile central durante el siglo XVIII, promovido por la corona (#). (una voluntad; no una necesidad). Pero en parte también, al parecer, la ciudad surge del requerimiento regional,
Conforme a las normas de la época, la ciudad se concibe en una traza de manzanas sobre un terreno plano, donde hay un punto; un vacío: la plaza de armas, que configura lo público, regular y excepcional de la ciudad. Allí se crea la distancia -única en el conjunto- que otorga presencia arquitectónica a todas las instituciones, cada una con su edificio, en una simetría de enfrentamientos de fachada . Allí se agrupan también los vecinos connotados, porque tienen una gravitación pública y aportan dignidad y nobleza a la ciudad. Cada cosa tiene su convención de lugar.
La traza urbana es una geometría que emerge de la experiencia de siglos de vida urbana. Ella regla y sitúa la vida en todas sus escalas, desde el interior privado al exterior común y público. Y aunque aquella geometría es una abstracción que se funda en lo particular de un estilo de vida, la potencia de esa abstracción permite a aquella geometría, aparentemente rígida y simple, admitir una gran flexibilidad a la arquitectura de la ciudad.
De modo que quien no se incluye en las convenciones de esa traza, se aparta de la participación de la vida ciudadana de la época.
Por esta razón, se explica en Quillota el traslado de los Jesuitas desde La Cruz a la nueva plaza; y que los Franciscanos dividan su terreno que han mantenido integro durante casi 100 años de vida campesina, para dejar su templo, su convento y su plaza integrados al orden ciudadano.
Tan conciente es la fuerza de esta convención durante esa época, que en numerosas fundaciones del sur, durante el siglo XVIII, los terratenientes -cuyo dominio de verdaderos señores feudales en la dispersión de los campos es visto como un “caos”- son obligados a levantar residencias en las nuevas ciudades, con el fin de ceñirlos al imperio de lo público.
No sabemos si en Quillota haya sucedido voluntaria o involuntariamente una situación similar. Pero las crónicas indican que familias connotadas de la región, que también lo son a escala del país, levantan sus mansiones en Quillota.
Esto marca una poderosa relación directa entre la ciudad y el campo, que se prolonga al parecer, durante más de 100 años. La razón parece residir en lo que hemos llamado la “magnitud” de la época, medida por una mayor fuerza o vigencia del “estar” sobre el “ir”, de modo que el “ir” no es sino una sucesión de estares.
Ello se proyecta a que las relaciones locales son muchísimo más fuerte que las que se establecen entre las diferentes regiones y sus respectivas ciudades. Así, de acuerdo a las crónicas de viajeros de la época, entre región y región, y ciudad y ciudad, se produce e veces amplias extensiones de “tierras de nadie”, y la ciudad se define por el tiempo local.
De paso, y por la misma razón, la ciudad nueva adquiere la primicia institucional, administrativa y militar sobre la región del mar, algunos de cuyo aspectos se conservan hasta hoy día.
Probablemente la “galería” mantiene su función, pero esta vez, adherida a una ciudad, que más tarde pasará a ser su refugio.
Fundación de Quillota: La fuerza y magnitud del orden ciudadano.
La fundación de Quillota se lleva a cabo en 1717, formando parte tal vez de un movimiento de ciudades que abarcó gran parte de Chile central durante el siglo XVIII, promovido por la corona (#). (una voluntad; no una necesidad). Pero en parte también, al parecer, la ciudad surge del requerimiento regional,
Conforme a las normas de la época, la ciudad se concibe en una traza de manzanas sobre un terreno plano, donde hay un punto; un vacío: la plaza de armas, que configura lo público, regular y excepcional de la ciudad. Allí se crea la distancia -única en el conjunto- que otorga presencia arquitectónica a todas las instituciones, cada una con su edificio, en una simetría de enfrentamientos de fachada . Allí se agrupan también los vecinos connotados, porque tienen una gravitación pública y aportan dignidad y nobleza a la ciudad. Cada cosa tiene su convención de lugar.
La traza urbana es una geometría que emerge de la experiencia de siglos de vida urbana. Ella regla y sitúa la vida en todas sus escalas, desde el interior privado al exterior común y público. Y aunque aquella geometría es una abstracción que se funda en lo particular de un estilo de vida, la potencia de esa abstracción permite a aquella geometría, aparentemente rígida y simple, admitir una gran flexibilidad a la arquitectura de la ciudad.
De modo que quien no se incluye en las convenciones de esa traza, se aparta de la participación de la vida ciudadana de la época.
Por esta razón, se explica en Quillota el traslado de los Jesuitas desde La Cruz a la nueva plaza; y que los Franciscanos dividan su terreno que han mantenido integro durante casi 100 años de vida campesina, para dejar su templo, su convento y su plaza integrados al orden ciudadano.
Tan conciente es la fuerza de esta convención durante esa época, que en numerosas fundaciones del sur, durante el siglo XVIII, los terratenientes -cuyo dominio de verdaderos señores feudales en la dispersión de los campos es visto como un “caos”- son obligados a levantar residencias en las nuevas ciudades, con el fin de ceñirlos al imperio de lo público.
No sabemos si en Quillota haya sucedido voluntaria o involuntariamente una situación similar. Pero las crónicas indican que familias connotadas de la región, que también lo son a escala del país, levantan sus mansiones en Quillota.
Esto marca una poderosa relación directa entre la ciudad y el campo, que se prolonga al parecer, durante más de 100 años. La razón parece residir en lo que hemos llamado la “magnitud” de la época, medida por una mayor fuerza o vigencia del “estar” sobre el “ir”, de modo que el “ir” no es sino una sucesión de estares.
Ello se proyecta a que las relaciones locales son muchísimo más fuerte que las que se establecen entre las diferentes regiones y sus respectivas ciudades. Así, de acuerdo a las crónicas de viajeros de la época, entre región y región, y ciudad y ciudad, se produce e veces amplias extensiones de “tierras de nadie”, y la ciudad se define por el tiempo local.
De paso, y por la misma razón, la ciudad nueva adquiere la primicia institucional, administrativa y militar sobre la región del mar, algunos de cuyo aspectos se conservan hasta hoy día.