En las reuniones de la Escuela;
Hemos llegado a no discutir. Alberto habla de cada uno como un vértice que hace la figura de la Escuela, Quiere previamente distingue lo que se afirma y -dice. distinguir hacia dónde van los ríos que cada uno maneja.
Para mi eso, de alguna manera, es la perdición. Bajo la apariencia de un pensamiento abierto, es una mera intención de organización de totalidades distintas. Lógicamente hay armonía cuando no se enfrentan las ideas. Se confunde pensamiento con organización.
Y gracias a esa confusión, muchas veces que yo opono y juzgo el pensamiento de los demás, soy confundido con un modo de pensar cerrado, excluyente.
Pienso en Alberto;
A Alberto tampoco le interesa discutir, porque no soporta el peso de las ideas de los demás: lo coarta en sus libertad. En ese sentido, como cuidado de su propia libertad esto es plenamente respetable. El es campeón del trabajo común. Toda coyuntura de decisión, queda reducido en él a la fórmula del trabajo común.
Pero lo común, nuevamente, en él, es pura organización. Es sólo la búsqueda de un espacio para un monólogo, un diálogo consigo mismo que sostiene en público. Lo cual también es respetable, estupendo, si es que no se confunde con el trabajo común, que es la disputa en el fundamento de las ideas.
Pienso en nosotros, en lo común.
Si todos hiciéramos lo que hace Alberto, lo común no podría existir. Y existe, sólo, lo común que aún queda, en primer lugar porque no todos hacen lo que él hace, centrarse en sí mismo; en segundo lugar, porque todos, desde hace muchos años, -años de formació- lo hemos erguido en una cabeza.
La tragedia de nuestro estado actual es que ya varios exiigen una confrontación, una disputa en el fundamento de las ideas. Pero eso no está, y de ello parece derivarse la debilidad de nuestra antigua fuerza de lo común.
Esto trae dimensiones humanas que conviene separar: dimensiones sicológicas y espirituales, encuentros personales y artísticos, encuentros entre los probables niveles o alturas entre personas, la dote que Dios le ha dado a cada uno.
Estoy convencido que -como objetivo global, personal y artístico- la única fórmula capaz de dar curso a lo común en todas las condiciones, se encuentra en una operación interior, cuya clave -desgraciadamente demasiado teñida de connotaciones morales – se encuentra en Pound , en su poema en que dice “depón tu vanidad”.
Me admira que Pound para insistir en esto, haga su poema en la forma de una letanía, -el ritmo hipnótico que llamo yo- cuando los argumentos no son nada frente al convencimiento, a la fe por último.
Ese ritmo hipnótico existe en la mística, y se basa en cómo lo igual pasa a lo igual.
Para mi, es evidente que Pound al hablar de la vanidad, no habla de la moral.
Y es evidente también la evidencia, la realidad y transparencia de la palabra que usa: “deponer”.
“Deponer” no es lo contrario a “poner”, que sería “sacar”. Es mas bien “doblegar”, como se doma un caballo que en su natural instinto de libertad, no se deja montar.
En un plano artístico, en donde la libertad es ley y concenso común, “vanidad” implica pues una operación aparentemente contradictoria por dos razones: porque es algo interior y no de la eficacia de la obra- y porque la libertad aparece doblegada, domada, en función de algo que -a primera vista- no es ella misma.
Hemos llegado a no discutir. Alberto habla de cada uno como un vértice que hace la figura de la Escuela, Quiere previamente distingue lo que se afirma y -dice. distinguir hacia dónde van los ríos que cada uno maneja.
Para mi eso, de alguna manera, es la perdición. Bajo la apariencia de un pensamiento abierto, es una mera intención de organización de totalidades distintas. Lógicamente hay armonía cuando no se enfrentan las ideas. Se confunde pensamiento con organización.
Y gracias a esa confusión, muchas veces que yo opono y juzgo el pensamiento de los demás, soy confundido con un modo de pensar cerrado, excluyente.
Pienso en Alberto;
A Alberto tampoco le interesa discutir, porque no soporta el peso de las ideas de los demás: lo coarta en sus libertad. En ese sentido, como cuidado de su propia libertad esto es plenamente respetable. El es campeón del trabajo común. Toda coyuntura de decisión, queda reducido en él a la fórmula del trabajo común.
Pero lo común, nuevamente, en él, es pura organización. Es sólo la búsqueda de un espacio para un monólogo, un diálogo consigo mismo que sostiene en público. Lo cual también es respetable, estupendo, si es que no se confunde con el trabajo común, que es la disputa en el fundamento de las ideas.
Pienso en nosotros, en lo común.
Si todos hiciéramos lo que hace Alberto, lo común no podría existir. Y existe, sólo, lo común que aún queda, en primer lugar porque no todos hacen lo que él hace, centrarse en sí mismo; en segundo lugar, porque todos, desde hace muchos años, -años de formació- lo hemos erguido en una cabeza.
La tragedia de nuestro estado actual es que ya varios exiigen una confrontación, una disputa en el fundamento de las ideas. Pero eso no está, y de ello parece derivarse la debilidad de nuestra antigua fuerza de lo común.
Esto trae dimensiones humanas que conviene separar: dimensiones sicológicas y espirituales, encuentros personales y artísticos, encuentros entre los probables niveles o alturas entre personas, la dote que Dios le ha dado a cada uno.
Estoy convencido que -como objetivo global, personal y artístico- la única fórmula capaz de dar curso a lo común en todas las condiciones, se encuentra en una operación interior, cuya clave -desgraciadamente demasiado teñida de connotaciones morales – se encuentra en Pound , en su poema en que dice “depón tu vanidad”.
Me admira que Pound para insistir en esto, haga su poema en la forma de una letanía, -el ritmo hipnótico que llamo yo- cuando los argumentos no son nada frente al convencimiento, a la fe por último.
Ese ritmo hipnótico existe en la mística, y se basa en cómo lo igual pasa a lo igual.
Para mi, es evidente que Pound al hablar de la vanidad, no habla de la moral.
Y es evidente también la evidencia, la realidad y transparencia de la palabra que usa: “deponer”.
“Deponer” no es lo contrario a “poner”, que sería “sacar”. Es mas bien “doblegar”, como se doma un caballo que en su natural instinto de libertad, no se deja montar.
En un plano artístico, en donde la libertad es ley y concenso común, “vanidad” implica pues una operación aparentemente contradictoria por dos razones: porque es algo interior y no de la eficacia de la obra- y porque la libertad aparece doblegada, domada, en función de algo que -a primera vista- no es ella misma.