Mi padre:
Hay dos visiones: Una es la que se formó en mí durante la vida familiar, vida familiar en la que él era un hombre dedicado a la universidad, a sus cosas importantes que siempre estaban fuera.
La casa era el lugar de las conversaciones, de los almuerzos prolongados donde los niños casi no hablan. Las conversaciones eran entretenidas. Cuando no eran diálogos prolongados con los invitados que llegaban a nuestros almuerzos, eran grandes relatos.
Estaba también el rigor, que me hacía sufrir. Ese rigor exigente: había que ser implacable. Todo debía hacerse con la mayor perfección. No había perdón, no había piedad en eso. Y cuando se hacía, se cumplía con lo normal, con la obligación, con el mínimo. Yo, por supuesto,no lograba ese mínimo.
La casa era el lugar del piano, del jazz virtuoso que fluía entre sus dedos.
Hay dos visiones: Una es la que se formó en mí durante la vida familiar, vida familiar en la que él era un hombre dedicado a la universidad, a sus cosas importantes que siempre estaban fuera.
La casa era el lugar de las conversaciones, de los almuerzos prolongados donde los niños casi no hablan. Las conversaciones eran entretenidas. Cuando no eran diálogos prolongados con los invitados que llegaban a nuestros almuerzos, eran grandes relatos.
Estaba también el rigor, que me hacía sufrir. Ese rigor exigente: había que ser implacable. Todo debía hacerse con la mayor perfección. No había perdón, no había piedad en eso. Y cuando se hacía, se cumplía con lo normal, con la obligación, con el mínimo. Yo, por supuesto,no lograba ese mínimo.
La casa era el lugar del piano, del jazz virtuoso que fluía entre sus dedos.