DANIEL VIAL
Santiago, 22 de abril de 2015
Quisiera agradecer en nombre de la familia, al señor Claudio Elórtegui Raffo, Rector de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso quién ha apoyado la publicación de este libro, apoyo que sentimos como un reconocimiento a la Escuela y a la obra de sus fudadores.
Quisiera agradecer también a los miembros de la Escuela, y particularmente a Silvia Arriagada. Ella ha llevado adelante este proyecto con gran afecto y desinterés. Su propuesta gráfica omite cualquier protagonismo, privilegiando la fidelidad al original y dándole al libro una austera belleza.
Agradezco también a algunos amigos que nos ayudaron en proyectos previos.
Aunque no está presente, agradezco al Almirante Sergio Huidobro, quién el año 77 ofreció a mis padres realizar el viaje en barco. Fue un regalo que irrumpió en sus vidas y que recibieron con gran entusiasmo. La trascendencia de este viaje, quizás ni el propio Huidobro se lo imaginaba.
Pero el regalo de un viaje no tiene para el arquitecto sentido de distracción, sino más bien la oportunidad del estudio, a través de la observación arquitectónica.
Por eso, el primer instinto de mi padre, fue prepararse para dibujar. Dibujar estaba en su naturaleza. Lo había practicado desde niño.
Lo ejercía cada tarde, cada noche en su mesa de trabajo, ocupando hojas, cuadernos, servilletas o libretos de cheque. Incluso dibujaba en los platos,que se convertían en efímeras obras de arte durante el almuerzo.
Preparado todo, una mañana de mayo los fuimos a despedir a Valparaíso. Vimos solo un bote alejarse del muelle e internarse en la niebla.
Por primera vez, los ocho hermanos nos sentimos huérfanos. Pero para ellos, comenzó una travesía intensa. Sin tregua alguna, se recorrió, obra tras obra, catedral tras catedral, demandando horas de trabajo y también horas de fiel compañía.
Ambos se sumieron en su propia contemplación: Mi padre dibujaba, mi madre rezaba.
Al regreso vimos los dibujos, como parte de los relatos de aquellos cuatro meses de ausencia. Pero luego, pasaron a formar parte de las cosas íntimas de mi padre.
La primera vez que me interioricé de su contenido, fue después de su muerte. Como hijo arquitecto, tuve la obligación de revisar y guardar sus archivos. El trabajo de toda una vida me pareció un montón de papeles, pero dentro de este conjunto, surgieron estos cuatro cuadernos como un solo cuerpo cerrado y terminado.
Inicié un trabajo de reproducción digital para difundirlo entre mis hermanos. Y en esto, los dibujos comenzaron a mostrarme una dimensión más profunda. Transcribí sus notas y seguí la secuencia, Busqué los lugares y me hice un acompañante secreto.

Agenda de la Compañía Sudamericana de Vapores
Un pequeño dato se hizo relevante: la fecha y la hora anotada al pie de los croquis. Esto me permitió ver su contexto. Un dibujo simple, por ejemplo, durante el cruce del Canal de Panamá, habría parecido descuidado. Pero llegué a entender que todo eso ocurría durante la noche que él había pasado en vela para registrar esta importante etapa.

Paso del Canal de Panamá durante la noche
Vi su excitación del primero de junio cuando el mar se embravecía, dando origen a una serie de dibujos de olas turbulentas.

Caribe. Mar Gruesa
Vi también la calma de los días siguientes, que le dio el tiempo para dibujar los aparejos junto con las diferentes texturas del mar.

Atlántico en calma
Los perfiles de las islas Azores rompieron un día la monotonía del Atlántico y aumentaron la frecuencia de los croquis.

Primeras islas Azores
El cuaderno se inunda de siluetas, nombres y esquemas mientras el barco cruza sus estrechos. Muchas páginas transcurren en un solo día.

Cruce entre las distintas islas en el archipiélago de Las Azores
En la noche termina dibujando la oscuridad, construida con un enjambre de trazos caóticos mientras se aleja la última de aquellas islas.

Croquis nocturno en la última de Las Azores
Mi recorrido en el viaje cruza página tras página, todas ellas con un relato distinto. No viene al caso hacer referencia a todas ellas, salvo quizás en uno en particular: Siendo alumno, le escuché hablar de la catedral de Notre Dame de París, como una de las obras más perfectas de la arquitectura gótica.
Los dibujos de sus cuadernos parecen confirmarlo y decir: “yo hice este viaje para ver esta catedral”. Su predilección se fe reflejada en una fachada precisa y una silueta que flota en el blanco, como si el resto de París no existiera.

Notre Dame, Paris
Algunos años después visité éstas catedrales y sus enseñanzas me acompañaron, pero como yo, muchos otros ex alumnos me han hablado de este privilegio. Todos coinciden en que él fue fundamental en su formación de arquitecto.
Cuando les pregunto, cuál era su rasgo fundamental, la respuesta es unánime: El rigor, tal como me lo dijo hoy un ex compañero. El rigor entendido como el querer hacer las cosas bien a toda costa y tomarse el tiempo necesario para hacerlo.
Si yo tuviera que hacer una analogía de ese rigor, con los dibujos de este libro, elegiría el barco dibujado desde el puente el día 29 de mayo.

Barco enfilando hacia el Canal de Panamá
Se dibuja lo esencial. No hay línea temblorosa. No se evita lo difícil. Y como la vida misma, hay un horizonte y un objetivo que, si bien no se divisa, se enfila hacia él en línea recta, bajo una marcha lenta y sistemática.
Sus grandes enseñanzas estaban fundadas en esta virtud. El rigor en el oficio, en las ideas y en nuestras acciones que finalmente hablarán de nuestro ser, como lo hablan hoy los dibujos de José Vial Armstrong.
Santiago, 22 de abril de 2015
Quisiera agradecer en nombre de la familia, al señor Claudio Elórtegui Raffo, Rector de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso quién ha apoyado la publicación de este libro, apoyo que sentimos como un reconocimiento a la Escuela y a la obra de sus fudadores.
Quisiera agradecer también a los miembros de la Escuela, y particularmente a Silvia Arriagada. Ella ha llevado adelante este proyecto con gran afecto y desinterés. Su propuesta gráfica omite cualquier protagonismo, privilegiando la fidelidad al original y dándole al libro una austera belleza.
Agradezco también a algunos amigos que nos ayudaron en proyectos previos.
Aunque no está presente, agradezco al Almirante Sergio Huidobro, quién el año 77 ofreció a mis padres realizar el viaje en barco. Fue un regalo que irrumpió en sus vidas y que recibieron con gran entusiasmo. La trascendencia de este viaje, quizás ni el propio Huidobro se lo imaginaba.
Pero el regalo de un viaje no tiene para el arquitecto sentido de distracción, sino más bien la oportunidad del estudio, a través de la observación arquitectónica.
Por eso, el primer instinto de mi padre, fue prepararse para dibujar. Dibujar estaba en su naturaleza. Lo había practicado desde niño.
Lo ejercía cada tarde, cada noche en su mesa de trabajo, ocupando hojas, cuadernos, servilletas o libretos de cheque. Incluso dibujaba en los platos,que se convertían en efímeras obras de arte durante el almuerzo.
Preparado todo, una mañana de mayo los fuimos a despedir a Valparaíso. Vimos solo un bote alejarse del muelle e internarse en la niebla.
Por primera vez, los ocho hermanos nos sentimos huérfanos. Pero para ellos, comenzó una travesía intensa. Sin tregua alguna, se recorrió, obra tras obra, catedral tras catedral, demandando horas de trabajo y también horas de fiel compañía.
Ambos se sumieron en su propia contemplación: Mi padre dibujaba, mi madre rezaba.
Al regreso vimos los dibujos, como parte de los relatos de aquellos cuatro meses de ausencia. Pero luego, pasaron a formar parte de las cosas íntimas de mi padre.
La primera vez que me interioricé de su contenido, fue después de su muerte. Como hijo arquitecto, tuve la obligación de revisar y guardar sus archivos. El trabajo de toda una vida me pareció un montón de papeles, pero dentro de este conjunto, surgieron estos cuatro cuadernos como un solo cuerpo cerrado y terminado.
Inicié un trabajo de reproducción digital para difundirlo entre mis hermanos. Y en esto, los dibujos comenzaron a mostrarme una dimensión más profunda. Transcribí sus notas y seguí la secuencia, Busqué los lugares y me hice un acompañante secreto.

Agenda de la Compañía Sudamericana de Vapores
Un pequeño dato se hizo relevante: la fecha y la hora anotada al pie de los croquis. Esto me permitió ver su contexto. Un dibujo simple, por ejemplo, durante el cruce del Canal de Panamá, habría parecido descuidado. Pero llegué a entender que todo eso ocurría durante la noche que él había pasado en vela para registrar esta importante etapa.

Paso del Canal de Panamá durante la noche
Vi su excitación del primero de junio cuando el mar se embravecía, dando origen a una serie de dibujos de olas turbulentas.

Caribe. Mar Gruesa
Vi también la calma de los días siguientes, que le dio el tiempo para dibujar los aparejos junto con las diferentes texturas del mar.

Atlántico en calma
Los perfiles de las islas Azores rompieron un día la monotonía del Atlántico y aumentaron la frecuencia de los croquis.

Primeras islas Azores
El cuaderno se inunda de siluetas, nombres y esquemas mientras el barco cruza sus estrechos. Muchas páginas transcurren en un solo día.

Cruce entre las distintas islas en el archipiélago de Las Azores
En la noche termina dibujando la oscuridad, construida con un enjambre de trazos caóticos mientras se aleja la última de aquellas islas.

Croquis nocturno en la última de Las Azores
Mi recorrido en el viaje cruza página tras página, todas ellas con un relato distinto. No viene al caso hacer referencia a todas ellas, salvo quizás en uno en particular: Siendo alumno, le escuché hablar de la catedral de Notre Dame de París, como una de las obras más perfectas de la arquitectura gótica.
Los dibujos de sus cuadernos parecen confirmarlo y decir: “yo hice este viaje para ver esta catedral”. Su predilección se fe reflejada en una fachada precisa y una silueta que flota en el blanco, como si el resto de París no existiera.

Notre Dame, Paris
Algunos años después visité éstas catedrales y sus enseñanzas me acompañaron, pero como yo, muchos otros ex alumnos me han hablado de este privilegio. Todos coinciden en que él fue fundamental en su formación de arquitecto.
Cuando les pregunto, cuál era su rasgo fundamental, la respuesta es unánime: El rigor, tal como me lo dijo hoy un ex compañero. El rigor entendido como el querer hacer las cosas bien a toda costa y tomarse el tiempo necesario para hacerlo.
Si yo tuviera que hacer una analogía de ese rigor, con los dibujos de este libro, elegiría el barco dibujado desde el puente el día 29 de mayo.

Barco enfilando hacia el Canal de Panamá
Se dibuja lo esencial. No hay línea temblorosa. No se evita lo difícil. Y como la vida misma, hay un horizonte y un objetivo que, si bien no se divisa, se enfila hacia él en línea recta, bajo una marcha lenta y sistemática.
Sus grandes enseñanzas estaban fundadas en esta virtud. El rigor en el oficio, en las ideas y en nuestras acciones que finalmente hablarán de nuestro ser, como lo hablan hoy los dibujos de José Vial Armstrong.